Al llegar a este lugar recuerdas los XV años de la prima, esos en los que los chambelanes y el sonidero fueron el alma de la fiesta y en la que hubo padrinos hasta de platos desechables. En Mexinaco, el nombre es lo menos bizarro del asunto.
El pintoresco bar de la Condesa te recibe con la parte delantera de una combi pegada a la entrada, papel picado, peluche, luces navideñas, figuritas de luchadores, banderas de México e imágenes de la Virgen y San Judas. Inició como una opción fresa que se burlaba de su antítesis, pero con el paso de los años el nombre ha dejado de ser ironía.
Tras media hora de escuchar Jaguares, Maná y Molotov y ver una película de ficheras por fin logré sentarme. Si acaso quisieran ir, recomiendo hacer reservación. La carta es una muestra más de lo que denominan nakitsch: un trozo de cartón con letras en plumín negro.
El ambiente es estudiantil y al leer el menú se descubre el porqué. Las cervezas de lunes a jueves cuestan 19 pesos y los viernes, los cocteles y mezcales están al dos por uno. Sin embargo, dejan mucho que desear. Por 70 pesos pedí unas medias de seda y una margarita. Ambos sabían a agua con azúcar y la única diferencia fue el color. Vale la pena invertir en el mezcal, porque el que dan por la promoción es de los que raspan pero no saben a nada. Quizá la mejor opción si se quiere ser naco de la Condecci es una “chela bien helodia”.
La comida es totalmente populachera: garnachas, tortas de 25 pesos y botanitas como nachos para acompañar el chupe. Todo tiene un sabor como de puestito de la calle; uno de los pocos aciertos del bar que se jacta de ser "el lugar naco para la gente bien".