Concebido a principios de los años cincuenta por el artista Mathias Goeritz, el Museo Experimental El Eco nació como una respuesta a la arquitectura moderna. Frente a lo esquemático de aquella, se erigió como una suerte de escultura habitable. Más allá del espacio blanco (casi esterilizado) de los museos contemporáneos, sus propuestas entran en diálogo con distintas capas de historia. Tal es el caso de los proyectos Autoconstrucción 2, del mexicano Abraham Cruzvillegas, y Anfibología, reciprocidad, del brasileño Vitor Cesar.
El primero consiste en una imponente escultura/instalación realizada con desechos de la remodelación de una casa que el artista habitó con su familia. La pieza forma parte de una serie en las que explora su historia personal. Así, dentro de la instalación construyó una suerte de ágora donde, durante el tiempo de exhibición, se reunirá con integrantes de su familia en sesiones abiertas al público para reelaborar distintos aspectos de su vida.
Resulta curioso cómo este proyecto tan personal adquiere otras dimensiones en el sitio específico. Incluso, sin pretenderlo, la pieza se encuentra en tensión entre la concepción del artista y los nuevos matices que adquiere en el espacio. Es el tipo de caso donde la obra sale de las manos del artista para convertirse en otra cosa: el montaje provoca tantas asociaciones que ya no se sabe si queda interés para escuchar a su familia en una obra que buscar crear relaciones.
Por su parte, Vitor Cesar, ocupado en la dimensión pública del arte, dispuso en la fachada del museo un letrero en portugués que en español significa “Los efectos de la obra de este artista son de su responsabilidad”.
¿Responsabilidad del artista o de quien lo lee?, para Vitor Cesar hay una corresponsabilidad entre ambos. Por ello, esta ambigüedad puede convertirse en una declaración de principios, sugiere la curadora Paola Santoscoy.