Irene Ramírez
Foto: Alejandra Carbajal

Irene Ramírez, bailarina en el Patrick Miller

Sudar high-energy

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El movimiento de las luces robóticas ciega por segundos mientras la temperatura sube y sube y sube. Irene está rodeada por un conjunto de miradas que la contemplan al bailar. Frente a ella hay un hombre que trata de robarle la atención del público, se esfuerza, suda, salta. El Patrick Miller es testigo de la batalla.

Desde hace más de 25 años, Irene es seguidora del high-energy (Hi-NRG), un género de música electrónica bailable que inundó la escena nocturna en los ochenta. Dice que un amigo la llevó al Club de Periodistas a los 16 años, el exnido del Patrick Miller donde el dj y productor Roberto Devesa empezó a mezclar.

Irene recuerda que el ambiente era distinto. La mayoría eran chavos de entre 15 y 25 años, quienes se desvivían por bailar lo más nuevo de la música electrónica. "En esa época se respiraba Hi-NRG por todos lados", asegura.

Ahora, en la actual sede de la Roma, abundan los curiosos y "los que quedamos atrapados en los ochenta", afirma.

Hombres y mujeres de 35 a 45 años: padres de familia, profesionistas y trabajadores. Los resquicios de una época neón que no para de disfrutar del baile cada viernes.

El estilo de Irene destaca; cuenta que estudió jazz y teatro. Lo aplica en sus movimientos. Asegura que muchos de los bailarines de Hi-NRG de su época aspiraban a pertenecer al ballet del sonido Polymarchs.

El baile y la música han construido una comunidad en el Patrick. Irene dice que lo más importante es seguir el ritmo, obedecer a la música, escucharla. "El high no solo es un pasatiempo, es una estilo de vida", sentencia.

Patrick Miller
  • 4 de 5 estrellas
  • Antros
  • Roma
  • precio 1 de 4
  • Crítica de Time Out
Por más de dos décadas, su piso ha atestiguado los mejores pasos de la urbe dentro de sus círculos de dance-offs. Ahí, todo tipo de personajes de la ciudad –bailarines, hipsters, fresas, rucos y taxistas– se unen por el amor al desgaste de suelas. Lo mejor es ir en las noches de los ochenta, noventa y dos miles, que son mucho más amigables que las intensas de high energy, que podrían parecen muy sanas para los inocentes: todo mundo tiene una botella de agua en la mano. (Para saber qué toca hay que checar el calendario en la página). Vale la pena asomarse un rato al círculo de competencia de baile y ver los asombrosos pasos de quienes van cada viernes. Ellos, los héroes del lugar, se toman el baile en serio y van de pants, aunque nunca faltan las que no supieron y fueron de vestido y tacones. Lo más recomendable es ir cómodo. Todo esto da un feeling de esas películas taquilleras adolescentes de concursos de baile. Tras la adictiva primera visita podrás llegar a pensar que los viernes fueron exclusivamente creados para celebrar en esta bodega de paredes pintadas de colores neones, que bien podría haber sido un lugar de laser tag. Una bola disco y vigorosas luces estrambóticas son más elementos del encanto propio del lugar. Entre tanto baile, y a falta de aire acondicionado, el sudor fluye sin pudor alguno. Para saciar la sed en este magno-sauna hay dos opciones: agua y cerveza. Comprarlas implica hacer una fila (kilométrica, a veces), conseguir una ficha y cambiarla en la ba
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