“Mandala mental es una exposición coreografiada cuya única realidad existe en la mente de aquel, el espectador, que logre completarla”. Esto es lo que se puede leer en el texto introductorio de la muestra curada por Mathieu Copeland, pero ¿qué pasa cuando el espectador no permanece el tiempo suficiente en el lugar para completar el mapa mental que Copeland presupone?
Articulada en tres partes, la exhibición conduce al visitante por una sala donde se muestran películas realizadas por el suizo Philippe Decrauzat. En ellas, se observan escenas proyectadas sobre pinturas negras en las cuales aparecen imágenes de músicos interpretando sus instrumentos, paisajes de fábrica, dunas o nylon rociado con ácido, a petición del artista Gustav Mercer. Estas imágenes se intercalan por medio de proyectores distribuidos en distintos puntos de la sala.
Otra parte de la exposición consiste en una coreografía in situ de Myriam Gourfink, ejecutada por Margot Dorléans y finalmente un texto que funge como posible interpretación de la obra.
Para poder apreciar esta exposición se recomienda que el espectador se detenga unos cuantos minutos, tome asiento y permita envolverse por las distintas partes que la conforman. Observar, escuchar y dejarse ir con las imágenes son mandatorios en este recorrido.
Si tu dominio del francés no es lo suficientemente bueno, quizá leer el texto que contextualiza la acción coreográfica no te resulte tan sencillo. Es posible que, contrario a lo que pudiera pensarse, esta visita no te brinde una experiencia espiritual, tal vez lo más sea imaginar qué tipo de utopías se originaron en la mente del curador. Una muestra experimental, sin duda.