¿Cómo decidiste convertirte en dominatrix?
Todo empezó tras mi primer acercamiento a la temática sexual, cuando me uní a la lucha contra el sida a finales de los ochenta. Después estudié sexología y paralelamente aprendí sobre el sexo tántrico. En 2003 inicié mi formación en sadomasoquismo y fetichismo en la escuela de Cléo Dubois, una dómina reconocida en el mundo leather por ser especialista en artes sexuales.
¿Cuál es la labor de una dominatrix profesional?
Provocar y utilizar la entrega de la voluntad de otro individuo, con la finalidad de acallar su mente a través de situaciones eróticas que van más allá de los límites tradicionales. Recurres a una dominatrix para darle vacaciones a tu ser cotidiano y a tu ego. Esto es una profesión en serio, es como ser doctor, no vas a operar a alguien con un cuchillo de cocina. Tengo equipo profesional y me actualizo constantemente.
¿Cuáles son tus herramientas de trabajo?
Tengo una muy buena jaula y aislamiento sonoro para que la persona pueda gemir a gusto. También hay una silla de cruz de San Andrés, una cama bondage, corriente eléctrica para juegos un poquito más pesados, cuchillos, máscaras de perro, pelucas y ropa de látex.
¿Cómo es una sesión contigo?
La escena empieza en el momento en que les pongo el collar. A partir de entonces, el cliente es mi perro, mi esclavo, mi cosa. Cuando termina la sesión, todo regresa a la normalidad. Es como pasar al otro lado del espejo.
¿Cómo son tus clientes?
Son personas acostumbradas a asumir grandes responsabilidades (como la de manejar una empresa), quienes trabajan diario en el mismo papel. Conmigo ese patrón se rompe para balancear su espíritu a nivel erótico.
¿Cómo te preparas para una sesión de este tipo?
Primero, hablo con la persona para saber qué le gusta y qué no. Necesito saber su estado de salud, cuánto pesa o si tiene lesiones para ver de dónde lo puedo atar o no. También me preparo en el nivel energético. Hago un ritual para limpiar el espacio y poner las vibraciones adecuadas para la experiencia.