1. Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana
    Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana
  2. Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana
    Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana
  3. Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana
    Foto: Cortesía Kilómetro Cero / Colección Carlos Villasana

Km cero: Héctor de Mauleón + Rafael Pérez Gay

Con crónicas de estos dos autores, el libro 'Ciudad, sueño y memoria' busca rescatar la memoria histórica de la ciudad. Aquí un fragmento

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En los primeros años del siglo xx, Francisco del Paso y Troncoso localiza, sepultado en el Archivo General de Indias de Sevilla, un legajo amarillento que encierra uno de los secretos mejor guardados en la historia de la Ciudad de México.

Del Paso es entonces un anciano con arillos dorados, bigote retorcido y barba encanecida, que dedica los últimos años de su vida a recorrer bibliotecas y museos de Europa en busca de códices indígenas y documentos novohispanos del siglo XVI. Nada puede sorprenderlo: a él se debe el rescate de la obra inédita de fray Bernardino de Sahagún, que hoy conocemos con el nombre de Historia general de las cosas de la Nueva España.

Aquel documento, sin embargo, le roba el aliento. Sus dedos largos, flacos, arrugados, comienzan a temblar. Tiene entre las manos la "Relación de méritos y servicios de Alonso García Bravo", el hombre que, según el documento, en 1523 dibujó en una hoja de papel la traza de la Ciudad de México: el primer gran centro urbano del Nuevo Mundo.

Del Paso repite varias veces en voz baja: "Alonso García Bravo". Nadie ha pronunciado aquel nombre en los últimos cuatro siglos. No se ha concedido crédito alguno al personaje que fijó para siempre las dimensiones del Zócalo, el sitio que debía ocupar la Catedral, el punto donde iba a levantarse el palacio de los virreyes, la longitud y anchura de las calles que en los cuatrocientos años siguientes provocarían el azoro de los caminantes y de los viajeros.

"La traza es la que dio al principio Hernando Cortés", escribió en el siglo XVI el primer cronista urbano, Francisco Cervantes de Salazar. La figura de Alonso García Bravo fue borrada de la historia desde entonces.

Ahora, a través de la declaración de veintiséis testigos que afirmaban, en aquel legajo, que Alonso García Bravo "era muy buen jumétrico y trazó esta ciudad tal como agora está".

Del Paso arranca de las sombras el misterio más antiguo de la Ciudad de México. Nadie se entera de su descubrimiento: ocupado en mil tareas que demandan su atención, el bibliógrafo se limita a incluir en un índice la ficha de localización del documento.

Será hasta 1956, cuarenta años después de la muerte de Del Paso, cuando Manuel Toussaint siga la pista escondida en aquel índice y entregue al público la historia del primer urbanista de México.

García Bravo había participado en expediciones de conquista desde 1513. En Pánuco, fue herido en combate. Por órdenes de Cortés, participó en la conquista de Tlapacoya. Siguiendo esas mismas órdenes –ya le decían "el Jumétrico", es decir, "el Geómetra"–, realizó el trazo de la Villa Rica (Veracruz). Consumada la conquista, emprendió un proyecto mayor: trazar, sobre las ruinas aztecas, y a través de un complejo sistema de acequias tortuosas, la nueva Ciudad de México.

La intersección de las calles Argentina y Guatemala –ahí se hallaban las ruinas del Gran Teocalli– constituyó su centro topográfico: el kilómetro cero de la nueva urbe. García Bravo trazó en ese sitio dos ejes rectores: el decumanus maximus, de oriente a poniente, y el cardo maximus, de norte a sur.

A partir de ese espacio configuró cuadras paralelas y regulares, que años más tarde –al hablar de la calle de Tacuba– harían exclamar a Cervantes de Salazar: "¡Cómo se regocija el ánimo con el aspecto de esta calle! ¡Cuán larga y ancha! ¡qué recta! ¡qué plana!". Aunque había creado una ciudad que el poeta Bernardo de Balbuena consideró "centro de perfección, del mundo quicio", la única recompensa de García Bravo fue una encomienda de indios, de la que se le despojó más tarde.

A los setenta años de edad, olvidado por todos, dirigió al rey un memorial en que solicitaba el reconocimiento. Nadie lo tomó en cuenta. Desde la esquina de Argentina y Guatemala, García Bravo construyó el escenario de nuestras vidas, y se desconoce, incluso, la fecha de su muerte.

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