Ah, las ocurrencias de los decoradores: en algún momento, todo comensal se repantinga en su silla, dirige la mirada hacia arriba, baja la vista y vuelve a mirar, ahora perplejo: sí, eso que está pegado en el techo son bastidores de ventanas. Y no, no se ven nada mal, al contrario: es un lindo detalle. Una puntada que llama la atención y demuestra cómo la inteligencia se desliza hasta el techo, inclusive. La misma mentalidad minuciosa que, puesta en la elaboración de la comida, garantiza una experiencia memorable. Este es el celebrado Titania de San Ángel. Y no te equivocas, el nombre de resonancias metálicas viene de la mujer de Oberón, la reina de las hadas en Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare. Al igual que casi todos los buenos restaurantes sanangelinos, éste también está en una casona.
Los detalles, donde mejor se expresan, es en la simpleza: pongamos por caso pedir de entrada algo tan trillado como unas papas a la francesa. Si unas simples papas a la francesa logran ampliar el concepto que tenemos de ellas, estamos ante una cocina que puede respetarse. Mordemos una papa y constatamos: a esta cocina se le respeta.
Luego, saborear las alubias con alcachofa, donde la leguminosa con el vegetal juguetean entre sí, bocado a bocado, como en un contrapunto jazzístico. El plato fuerte en verdad nos emocionó desde su oferta: cerdo orgánico con adobo achocolatado y aire de chocolate. Ni el cerdo ni el chocolate predominan, sino que conversan entre sí, por momentos soltando frases altisonantes, por momentos recitando un poema shakespereano.
Última escena: la mesa con las sobras de la comida, campo de una batalla donde saliste ganando. Pides el Titania especial, el coctel de la casa elaborado con mezcal mexicano y queso ahumado. Lo bebes, miras las ventanas en el techo y brindas con ellas, satisfecho.