Finos cortes de carne
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Finos cortes de carne

Investigamos el mito urbano sobre los restaurantes para ligar meseras

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Lunes por la noche. Cerveza y futbol americano en un lugar rebosante de testosterona y chicas en shorts untados y camisetas escotadas. Hablamos de un lugar que tan solo en Estados Unidos tiene una asistencia masculina de cerca de 90% en este tipo de eventos. Las razones literalmente saltan a la vista: esas meseras funcionan como un anzuelo infalible para los que gusten de mirar deportes. Esa vestimenta ha generado polémica no sólo en EU, también en México.

Viernes por la tarde. Tomo cervezas en un bar ubicado en Mariano Escobedo. Mi memoria sugiere que ya había visto antes a la mesera que nos atiende. Casi de inmediato, la recuerdo como hostess en un bar en la Roma. Le pregunto al respecto y ella, una chica atractiva de 19 años, confirma mi sospecha. Un poco más tarde, María me cuenta que el bar solía llenarse, pero que el dueño tuvo problemas con algunas meseras. Ellas habían ido más allá del coqueteo "normal" con los clientes, a grado tal que tuvo que despedirlas. "Una de ellas hasta lo mandó a golpear", dice María, quien confiesa que ha salido con clientes, pero lamenta que algunos no sean detallistas. Después de hacerle la plática, le pido su e-mail para escribirle. Finalmente accede y me lo da.

"¿Qué ha sido de las vendedoras de amor?", reza un epígrafe en El otro cielo, de Julio Cortázar. Las leyendas urbanas podrían llevarnos hasta Mesopotamia, pero basta concentrarse en el DF como bramadero velado pero constante, para vislumbrar algunas respuestas. El "arrabal" se impone como sitio prohibido para el trueque carnal, sea un baile o algo más.

Me doy una vuelta por una cantina del Centro Histórico para atestiguar a las ficheras que, sin enfado, intercambian una pieza por monedas.

"Se van cambiando, ya sabes cómo es esto. A algunas les sale una oferta o se las llevan", dice el cantinero.

Juegos de seducción
La ley de la oferta y la demanda suele ser implacable y terrible. La trata de personas es una industria multimillonaria. De acuerdo con el reporte 2010 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 79% de ese tráfico de personas está destinado a la explotación sexual.

El DF no está al margen. En un foro sobre víctimas de este crimen, Luis González Placencia, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del DF, concluyó: "Si no hubiese demanda, tendríamos una fuerte disminución de la oferta".

La sentencia parece obvia, pero lograr que disminuya es un asunto complejo que involucra educación, civilidad y compromiso por dejar de ver a la mujer como un objeto. Sin embargo, para algunas es un modus vivendi aceptado. "Necesidad" es la palabra más usada para justificar su oficio. Aquí no hablamos de tráfico de personas, en todo caso, de complicidad.

Que no te den alas
Los mitos urbanos sobre sexoservicio incluyen estudiantes, casas de citas, calles, restaurantes y bares. No obstante, son los últimos dos los que se han mantenido como un secreto a voces. Pero, ¿qué tan ciertos son los rumores? Los lugares más nombrados en torno a este mito son los famosos restaurantes de cortes de carne y otro de alitas.

Basta una simple navegación por la red para conocer testimonios como el de una chica que solicitó trabajo en la cadena cárnica, pero decidió no aceptar la oferta después de la entrevista. Argumenta que le pidieron que se probara ropa y tuvo que soportar las miradas de meseros y trabajadores del lugar. Define a las chicas que trabajan ahí como "de caderas alborotadas y moral distraída". Claro, uno no se puede fiar de todo lo que lee en el ciberespacio. Fue su apreciación, aunque la vestimenta que usan es evidentemente sugerente.

En contraparte, otro usuario da cuenta de la demanda y la oferta: "Cuando le brillé un milagrazo de propina se volvió pura-dulzura!!!" (sic). Una suerte de acoso sutil en el que, para que surja algo, ambas partes deben participar. La belleza como carnada no está prohibida.

Anzuelo femenino
"Tengo ocho meses de haber regresado. Estuve un año, me salí y regresé", dice Diana, una mesera de 27 años qua atiende un lugar que se ha vuelto famoso por sus hostess, un restaurante bar en la Plaza de la República. Desde que entro, me reciben tres anfitrionas vestidas con ropa muy entallada y escote deslumbrante.

Una de ellas me lleva a la mesa donde me espera Roberto. El trato es muy cortés y de reojo veo que no todas visten igual. Como las otras meseras, Diana luce un vestido que emula al de las soldaderas tradicionales, salvo por un escote que deja ver sus senos prominentes que tendremos a la altura de los ojos durante la comida. Es guapa y tiene una voz dulce. Las otras meseras también son atractivas y sus vestidos entallados resaltan no sólo el busto sino las nalgas.

Además de las hostess y las meseras, sobresale una especie de 'megahostess', una argentina rubia con pantalón entallado que no debe medir menos de 1.80. "Sí, la llegué a ver, cotorreamos pero muy tranquilo. Tienen sus rucos", dice Roberto sobre la mesera de este lugar, a quien le pidió su teléfono y con quien salió dos o tres veces. Esta no es la norma en lugares de este tipo, aunque la publicidad del nuevo restaurante que abrieron en Santa Fe sugería lo contrario. "No te puedo dar mi número porque me regañan", le respondió una chica en otra ocasión. No es difícil confundir buen trato con "creo que le gusté".

Un gesto de abanico
La coquetería no es un delito. En este tipo de restaurantes la atención suele ser impecable, amable y cordial. El trato no está exento de sonrisas, pero tampoco son un crimen. Sí, la belleza es un anzuelo y no es necesario repasar el Antiguo Testamento para saber que se trata de un asunto milenario. Diana nos sonríe, de vez en cuando pone su mano sobre mi hombro. Incluso se saluda de beso con algunos clientes. Salvo por una mesa con dos parejas, en el lugar dominan los varones. Saben que pueden comer y beber bien, mirar mujeres muy atractivas y hacerse la ilusión de que conquistarán a alguna. La ilusión de una sonrisa. 

"Conozco abogados que se gastan la lana del siglo y nada", dice Juan, quien ha intentado sacarle el teléfono a alguna chicas sin éxito. "Será que no soy tan astuto; fácil he venido como 20 veces y lo más que he logrado es un beso". Ese es el propósito de estos lugares: clientes leales que gastan y se van contentos luego de recibir unas cuantas sonrisas. Y todos felices. Otro negocio son los masajes que tanto Juan como Roberto han visitado, a unos pasos de aquí. "Te metes al sauna solo y tú escoges a la vieja... Ella, enjabonada, te da tus llegues, te agarra la llave. La acomoda como tú quieras, puro tallón. Como si fuera sexo".

Objeto del deseo
"Miguel lleva siete años con una chavita que trabaja en la cadena de carnes. Es su noviecita, porque es casado. Dice que sin pedos, a toda madre", comenta Roberto sobre un amigo que, aunque no conoció a la chica en ese restaurante, sí lo hizo en otro en el que también laboraban meseras atractivas.

El propio Roberto comenta que Sonia "trabajó mucho tiempo en la sucursal del aeropuerto. Se agarró a uno de los socios y creo que hasta se casaron". Claro, las historias de amor, sexo casual o alguna de sus variantes no son exclusivas de estos restaurantes, se extienden a oficinas, antros y escuelas.

Tras la pesquisa, estos lugares no son ideales para ligar a una mesera, en primer lugar porque no las contratan para eso. Son un gancho de mercadotecnia, no un servicio. El otro cielo puede esperar. O habrá que buscarlo en otra parte y de otro modo.

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