Compuesta de 11 obras, la exposición de Benjamín Torres es una invitación a cuestionar la realidad de las imágenes. Imágenes artificiales, simuladas, controladas y alteradas que pertenecen al mundo de la misma manera que una taza de té o un equipo de futbol. Se mueven y sus efectos son igual de tangibles. Con collages creados a partir de revistas, Torres revela las maneras que tenemos de relacionarnos con los medios impresos y las ilustraciones y fotografías que desbordan de éstos.
Devolviendo cierta libertad a los contenidos que creíamos muertos o congelados, nos sorprende con lo que una edición antigua todavía puede decir. Por ejemplo, la pieza Honey Ryder funge como una ventana a los secretos que esconden las representaciones culturales más gastadas. Muestra el “revisitadísimo” still de Ursula Andress saliendo del mar en la película James Bond contra el doctor No, enmarcado dentro de una portada a la que el artista le arrancó una de sus capas.
Con RT, un díptico que entre el blanco y el negro, el cazador y la diana, recuerda la naturaleza bipolar de los lenguajes más sencillos, con nosotros en el campo de tiro. Por último, The Peek, una niña sentada levantándose el vestido como si fuera una bailarina de cancán y un ojo afortunado que voltea en el momento preciso, es la promesa de los medios y la alegría con la que nos acercamos a ellos.
En medio del debate entre la producción análoga y digital que atraviesa a las artes visuales, todas las obras fueron digitalizadas e impresas en gran formato. Los originales y archivos fueron destruidos: todas son únicas. No importa si son luz o son datos, las imágenes están aquí y son para siempre. Nos siguen transformando.