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En los años 90, el guionista Fabian Nicieza y Rob Liefeld, dibujante de anatomías discutibles y hipertróficas, crearon 'Deadpool', un personaje que se convertiría en la personificación, humorística y salvaje, de las tácticas con que la industria del cómic trataba de seducir a los preadolescentes que querían una cata de emociones 'adultas'. Su versión cinematográfica tiene la misma misión: introducir un grano de pimienta en el universo fílmico de Marvel. Ryan Reynolds se recupera del fiasco de 'Linterna verde' disfrazándose de antihéroe bocazas, pero la incorrección política de 'Deadpool' resulta tan asquerosamente programada como cobarde (es la clase de película que, después de un chiste sexista, se apresura a hacer otro que equilibre la balanza). En resumen: la película no es violenta y grosera porque lo necesite, sino porque estos son los dos ítems que la posicionan en el mercado.