Detroit

A través de un prólogo de ilustraciones animadas, 'Detroit' se retrotrae a los tiempos del esclavismo para explicar la opresiva situación de la población negra en EEUU, y contextualizar correctamente los disturbios y la tensión racial que se apoderó de Detroit el verano de 1967. El mensaje que quieren transmitir Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal es claro: la historia no se puede compartimentar, sino que pertenece a un flujo en constante movimiento.

Tras la introducción, llegan los hechos: la autora de 'Le llaman Bodhi' nos muestra el incidente que puso en marcha la chispa del caos –una redada en una licorería sin licencia–, y describe la rápida transformación de los barrios afroamericanos en una zona de guerra cerrada por la policía y la guardia nacional, mientras unos dicen que parecía imposible que esto pasara en América, y otros recuerdan que en el 43 ya vivieron una situación similar. En su camino hacia la concreción, Bigelow llega hasta el motel Algiers, escenario de un brutal incidente donde las fuerzas del orden maltrataron física y psicológicamente a un grupo de chicos negros y dos jóvenes blancas. En este punto, 'Detroit' se vuelve un 'thriller' sofocante que abre en canal el terrorismo de estado, y la moral de aquellos que colaboran de forma activa o pasiva en la violencia.

A diferencia de lo que sucede en otras películas que revisan los achaques históricos con la tranquilidad de quien cree haber dejado atrás la vergüenza, las imágenes de este film laten febriles y al límite, hablando de una realidad que está lejos de tener final.