A lo largo de su fulgurante trayectoria, Xavier Dolan se ha especializado en no dejar indiferente a nadie. Capaz de polarizar las opiniones, el joven director suele llevar sus películas al límite, tanto en la estética, como en el relato.
Mommy tiene todos estos componentes: la relación de una madre y su conflictivo hijo adolescente queda definida a partir de una puesta en escena extrema, de colores brillantes, escenas en que la música se convierte en protagonista y una pantalla que no es horizontal, sino cuadrada.
A partir del plano, Dolan retrata la opresión en la que viven los personajes. La imagen sólo se expande en los momentos de alegría y esperanza. Dolan plantea así una película tan inteligente como emotiva, con la que, probablemente, encontrará por fin el consenso de la crítica que hasta ahora se le había escapado.