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El gigante egoísta comparte título con un cuento para niños que escribió Oscar Wilde, pero esta emocionante historia está anclada en una Inglaterra muy actual. Nos cuenta sobre dos chicos de Bradford, al norte del país, quienes roban cobre, hacen carreras ilegales de ponis y flirtean preocupantemente con el peligro de la mañana a la noche.
La película se desarrolla en un mundo de casas en contraste con campos abiertos puntuados por chimeneas de fábrica y postes de electricidad. Sin embargo, y a pesar de su rígido realismo, tiene un toque de misticismo, y está líricamente filmada.
Sus dos protagonistas, Arbor (Conner Chapman) y Swifty (Shaun Thomas), son dos adolescentes de bajos recursos económicos, quienes intentan entrar al mundo de los adultos a base de golpes y gritos: Arbor es más joven pero más agresivo y de puño fácil; Swifty es mayor y más reservado. Los dos vienen de hogares conflictivos y la escuela se dio por vencido con ellos. Un chatarrero, Kitten (Sean Gilder), explota sus energías e inocencia comprándoles bienes robados. A estas alturas de la trama, sabes que puede acabar mal.
El gigante egoísta se siente un poco como una de esas depresivas películas de información pública grabadas en los setenta y ochenta, pero una filmada por Ken Loach y escrita por un poeta, no un burócrata. El guiño a Loach es obvio; esta cinta es Kes (1969) revisitada en una Inglaterra post-Thatcher. Aquella película trataba sobre un chico y un pájaro; aquí hay dos chicos y un poni. Existe una contraste similar de belleza rural y fealdad creada por el hombre.
Como Loach, Clio Barnard también es bueno con jóvenes actores, y Chapman y Thomas son auténticas revelaciones con sus crudos y sorprendentes trabajos. No es una historia bonita, pero su belleza reside en el afecto (incluso el amor) por los dos chicos en el corazón de la película.
Esta película se estrena en la 56 Muestra Internacional de Cine.