El profeta

Almitra no tiene voz y Mustafá carece de libertad. Ella no logra hablar desde la muerte de su padre; Mustafá lleva 12 años como preso político y vive en arraigo domiciliario fuera de su país natal. Las carencias de ambos y la sabiduría del profeta provocan la empatía entre los dos protagonistas, lo que tiene como consecuencia una amistad como pocas.

“Ellos creen que soy un prisionero, pero desconocen que puedo volar a donde quiera”, es como Mustafá explica a la pequeña que, pese al encierro, no deja de pensar como hombre libre. La primera instrucción está dada, pero ambos tienen un largo camino por recorrer y Almitra se alista para una serie de enseñanzas.

Si Mustafá resulta tan familiar para algunos es porque El profeta –la antología poética que Khalil Gibran publicó en 1923– es el punto de partida de esta animación, que se logró gracias a la colaboración de 10 directores de diferentes partes del mundo y la producción de Salma Hayek.

La participación de cada cineasta se justifica por las nueve escalas que los protagonistas del filme hacen en su trayecto hacia la libertad. En cada parada, el profeta deja una lección a los habitantes de Orgales –la ciudad imaginaria en la que fue arrestado– y los oídos de Almitra, su cómplice que lo sigue a escondidas.

El amor, los hijos, las almas gemelas, la vida y la muerte son algunos de los tópicos que se retoman en los segmentos, los cuales gozan de una identidad y estilo únicos: lo mismo se ven trazos sutiles y en acuarela, que líneas bien definidas y con colores brillantes. Pese a estas diferencias hay uniformidad entre cada participación; la atención en el detalle y la sensación de lo utópico predominan a lo largo de la cinta.

Hay otros elementos que contribuyen a la intención poética de la cinta, como la musicalización de Yo-Yo Ma, Glen Hansard y Damien Rice; pero, sobre todo, la oportuna narración de Liam Neeson.