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El trabajo de Justin Kruzel hace justicia a la clásica tragedia de William Shakespeare, en la nueva versión cinematográfica de Macbeth. La prosa original de la obra es respetada por el director australiano, quien lleva el trabajo visual de su adaptación al mismo nivel de belleza que el texto publicado en 1623.
La fotografía impacta con las tomas abiertas y tonos fríos que presumen honrosamente los paisajes escoceses, añadiendo así un extra de dramatismo a la historia. La imagen se convierte en un agente conmovedor, sobre todo, en las últimas secuencias del filme.
Pero si existe esa armónica hermosura entre lo que se ve y escucha es gracias a un anclaje muy especial: el trabajo de Michael Fassbender y Marion Cotillard. De no ser por sus interpretaciones, como Macbeth y Lady Macbeth, respectivamente, el retrato que forja Kurzel con su lente no tendría su “cereza del pastel”.
Los vestuarios y el maquillaje ayudan a darle veracidad a los personajes dentro del contexto en el que se desarrollan: las cicatrices y sombras oscuras que lleva Fassbender revelan la experiencia de Macbeth en batalla; mientras que el rostro pálido de Cotillard es propio de una dulzura peligrosa.
Sin embargo, es la tesitura de cada uno lo que delatan la esencia de los roles y de esta historia sobre la traición: una mujer ambiciosa que orilla a su esposo a los lugares más oscuros y a la locura.