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Es increíble hasta qué punto el gesto de la arcada se parece al del bostezo. Guy Ritchie se acerca a la leyenda de Excalibur con una película ultracafeïnada insoportable que pasa como un videoclip eterno, como un tráiler de dos horas y pico en que las imágenes, de belleza efímera, se van consumiendo las unas a las otras con un frenesí incoherente, histérico, que marea tanto como aburre.