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El rostro golpeado de Luis Gerardo Méndez no solo llena la pantalla, también establece algo evidente: esta no es la típica comedia en la que suele aparecer y, sobre todo, no es un personaje en el que lo hayamos visto.
Tiempo compartido llega después de arrasar festivales como Sundance y Guadalajara para explorar el lado más oscuro de lo que cualquiera idealizaría como las vacaciones perfectas. Y es que todos hemos estado en medio de una multitud a la orilla del mar en plena Semana Santa preguntándonos por qué decidimos que esas fechas serían las ideales para darnos un descanso.
Dirigida por Sebastián Hofmann —Halley (2012— y producida por el propio Luis Gerardo Méndez, Tiempo compartido es una pesadilla lúcida en la que la frustración y la rabia convergen en un thriller con tintes de humor negro.
Una familia, encabezada por el actor de Club de Cuervos y la actriz Cassandra Ciangherotti, deberá olvidar sus planes vacacionales cuando se entera que la villa en la que se hospedan fue sobrevendida y deben —literalmente— compartir su tiempo con otra familia —encabezada por el hilarante Andrés Almeida—, que no está dispuesta a ceder sus pocos días de descanso.
Con un control atmosférico y tonal que resalta para un director con apenas un largometraje previo detrás de la cámara, Tiempo compartido está llena de influencias que nos recuerdan a las alucinantes pesadillas de David Lynch, además de poseer un sentido del humor que raya en el absurdo por la irracionalidad a la que sus personajes son llevados, así como los límites a los que sus relaciones interpersonales se ven orilladas.
Buscar etiquetar Tiempo compartido dentro de un género resulta difícil, pero favorable. Su mezcla de intenciones y la crítica a los artificios sociales que se pueden intuir es refrescante e innovadora, ya sea por las máscaras que deben portar sus personajes o hasta los escenarios playeros que les rodean —invadidos de turistas enviciados por la maquinaria capitalista que caracteriza un resort vacacional—, brinda no solo una oportunidad para que se enfrenten a sus verdaderos deseos y las apariencias que deben guardar, sino también para que el público se tope de frente con la banalidad que en ocasiones resulta inescapable cuando se busca encontrar el paraíso a como dé lugar.