Vida oculta

Terrence Malick se debió de picar por la indiferencia con la que fueron recibidos sus films más recientes. ¿Había perdido su tono mágico? Rotundamente, no. 'Vida oculta', punzante y al mismo tiempo tierna, es su mejor obra desde 'El árbol de la vida'. Vuelve a la languidez, a los paisajes dorados y a la espiritualidad dreyereana, pero ha pulsado los tornillos de la narración y ahí la diferencia se nota.

La película aborda la vida real de Franz Jägerstätter (August Diehl), un objetor de conciencia del nazismo. Se nos presenta como un granjero y hombre espiritual que vive con su mujer Franziska (Valerie Pachner) y sus hijas en un pueblo de montaña. Es en 1939, la guerra está a la vuelta de la esquina, y Franz es llamado para la instrucción militar. Pero con la invasión de Francia finalizada, Franz vuelve a su pueblo ahora totalmente convencido de que su país (Austria anexionada a Alemania) ha caído en desgracia. Franz y Franziska comienzan a batallar con las consecuencias de haberse excluido. ¿Qué significará para él y su familia? ¿Cuánto tardarán los nazis en venir a buscarlo? Pero, sobre todo, ¿qué significaría no protestar? "Si nuestros líderes son malvados -pregunta-, ¿qué debemos hacer?".

Diehl y Pachner están espléndidos aportando autenticidad a los momentos familiares, pero la segunda mitad del film funciona algo menos bien, sobre todo porque Malick sobrecarga las cosas con una trabajada metáfora de Cristo y el huerto de Getsemaní. El poder de las acciones de Franz radica en su valentía cotidiana, no en un destino mesiánico. ¿Qué hacer? Tomar partido. Pero –pregunta la película–, ¿cuántos de nosotros tendríamos el coraje de hacerlo?