Hotel Mazatlán
Ilustración: Diego Martínez

Una noche en el Hotel Mazatlán

Hicimos fila para entrar al Hotel Mazatlán, un lugar de encuentro gay donde los invitados se divierten en multitud y abren las ventanas a la intimidad

Escrito por
Wenceslao Bruciaga
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No hay un letrero vertical y luminoso, propio de los moteles, que anuncie que has llegado. Sin embargo, es fácil saber que se trata de algo similar cuando, al entrar al Callejón Igualdad 29 en el Centro, ves a una desquiciada cuadrilla de hombres con los ojos saltones de lujuria y las braguetas a punto de explotar, esperando que un cuarto quede libre. Recargan su espalda sobre la fachada aséptica del edificio, que alberga uno de los mitos homosexuales más ardientes del DF: el Hotel Mazatlán.

“Los tipos aprovechan para desnudar con la mirada a todo aquel varón que pase frente a ellos."

Sostienen su posición viril: pierna izquierda elevada, rodilla al frente, suela del zapato sobre el muro de la barda del estacionamiento, que -por cierto- en un sábado por la tarde está abarrotado. Algunos fuman, otros intercambian palabras y otros más sueltan sentencias, como eso de que el Mazatlán ya se volvió más famoso que La Casita (aquel extinto lugar de encuentro gay en la Roma).

También hay quienes hablan de moverse y apropiarse de otros moteles, como el Savoy, porque el Mazatlán "ya parece antro fresa". Sin embargo, siguen esperando. Los que permanecen en silencio masturban sus pupilas con el porte de mi amigo, un rubio irremediablemente gringo, con vocerrón y que habla cero "spañoul". Atravesamos el angosto corredor hasta la recepción, donde un tipo nos guiña un ojo y nos advierte: "La ñora anda de malas". Efectivamente, en su interior está la señora rolliza, de cabello quebrado y gafas de montura metálica. Es la encargada de administrar el ritmo de los cuartos, de cobrar y checar y de que, en la medida de lo posible, que no se introduzcan sustancias ilegales a las recámaras. De ella se dicen opiniones contrastantes: que es una comadre aliada de los gays o una homofóbica que odia su trabajo.

“A nosotros nos trata de acuerdo a lo primero. Con una amabilidad que no escatima en sonrisas, dice que el hotel está lleno y que hay varios esperando.”

Nos da una tarjeta para que marquemos a las 9pm, para ver si acaso hay una habitación disponible. Cuchicheando, en un volumen tan bajo que hay que pegar la oreja al grueso vidrio antibalas nos dice: "Imagino que no quieren uno de los cuartos de la planta baja". Pues no. Ahí es donde acomodan a las poquísimas parejas bugas que piden un cuarto. Las mujeres no pueden subir más allá de este piso. Después de 15 minutos, la mujer desliza un llavero azul con el número 18 inscrito en uno de los extremos. Efectivo, 190 pesos. Apenas llegamos al pasillo, nos topamos con tres hombres que deambulaban a paso lento y jadeante. Uno de ellos se abalanza a acariciarme la entrepierna.

Las habitaciones son azul claustrofóbico y huelen a humedad y desodorante picoso. Los focos están colocados como en una escena demente de David Lynch. No hay una versión exacta sobre cómo este sitio se popularizó para el desenfreno gay.

Una hipótesis me la comparte un cliente asiduo al "Maza" desde 1995: "No empezó como un hotel gay. Estaba detrás del mítico antro Butterflies, sobre Izazaga y Eje Central, famoso por sus shows travestis. Cuando no tenías lana para pagar el Playa Internacional o el Hotel Cadillac, te ibas al Maza. En ese entonces, el Savoy, también cerca de 'el Butters', sólo era para prostitutas y sus clientes. Aunque hubiera cuartos disponibles, si ibas con otro hombre, no te dejaban entrar. El punto álgido de su popularidad fue en 2003, cuando comenzó la persecución gay por parte de las autoridades y clausuraban antros gays todos los días. Entonces el Hotel Mazatlán se volvió centro de fiestas. Los gays se sentían cómodos porque los dejaban hacer orgías. Primero, a puerta cerrada; luego, sin reglas de privacidad, como hoy".

La ventana de nuestra habitación daba justo a las escaleras. Estábamos acomodando (y asegurando) nuestras pertenencias, cuando un desconocido giró el picaporte y sin más asomó la cabeza y se desabotonó el pantalón esperando alguna respuesta. Nos costó varias sonrisas hacerle entender que apenas llegábamos y preferíamos dar una vuelta antes de tener acción. La mayoría de las habitaciones no tienen el seguro puesto, con el inminente fin de que puedas averiguar qué sucede dentro. Si la química entre el huésped y el entrometido calenturiento es recíproca, sólo es cuestión de dejarse llevar por el deseo.

“Algunos prefieren el exhibicionismo y levantan las cortinas para que 'el paseante' tenga vista panorámica.”

Es común que los protagonistas echen ojo a los espectadores para barrerlos e invitarlos a participar. En una habitación puede haber todo el número de hombres imaginables. Cuando mi amigo abrió una de las recámaras del tercer piso (donde más se concentra la acción), contamos al menos siete tipos. Si la libido no se despierta, hay que seguir "echándole la mano", es decir, tocando puertas. A veces sube un hombre que ordena a los ambulantes que despejen los pasillos y regresen a sus respectivas habitaciones. Apenas desaparece de la vista, todos vuelven a la caza. Mi amigo y yo regresamos al cálido número 18. Estamos listos para poner a prueba nuestra capacidad de exhibicionismo.

HotelMazatlán. Callejón Igualdad 29, Centro. 5578 9489. Metro Salto del Agua. 24hrs. $190.

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