Carneros

Por los valles completamente verdes de Islandia –que lucen mejor en las tomas invernales–, sus dos gruñones y resentidos protagonistas, el elemento “mágico” que transforma todo y la fotografía que resalta lo mejor del escenario, Carneros podría definirse como un cuento de hadas, pero el director Grímur Hákonarson (Sommerland, 2010) toma todos esos elementos para llevarnos por otro camino.

Instalados en aquel lugar muy muy lejano, conocemos a Gummi y Kiddi Bodvarsson (Sigurður Sigurjónsson y Theodór Júlíusson), dos hermanos que no se han hablado en 40 años pese a que viven en el mismo terreno. La comunicación rudimentaria que han sostenido a lo largo de esas décadas con malas caras, chiflidos y un perro mensajero encuentra su mayor reto cuando ambos deben trabajar en equipo para rescatar su más sagrada herencia, su rebaño de ovejas.

En su pueblo, donde prácticamente se rinde culto a dichos animales, se propaga una plaga que obliga a los vecinos a sacrificar a sus ovejas, algo que los Bodvarsson no están dispuestos a hacer. Es así que empezamos a ser testigos de sutiles momentos dramáticos que se sostienen por acentos de un humor pesimista, que van en armonía con la paleta de colores de la imagen en la que predominan los tonos grisáceos y verdes. Lo mejor de este filme, ganador del premio Una cierta mirada (Cannes, 2015), es su inesperado y emotivo final.