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Es difícil pensar en otro cineasta que no sea Tarantino para llevar a cabo una empresa tan ambiciosa: por un lado, restaurar el espíritu político del ‘spaghetti western’, especialmente el de Sergio Corbucci, visiblemente antifascista, por otro, atreverse a continuar la reescritura de la historia que comenzó en 'Malditos bastardos’ (2009), ahora dinamitando toda idea preconcebida sobre el esclavismo en América antes de la Guerra de Secesión, y por encima de todo, canalizar su compleja deconstrucción del sueño de la democrática tierra de las oportunidades en la adaptación yanqui de un mito germánico, la salvación de Broomhilda por parte de Sigfrido en ‘El anillo de los nibelungos’. Que el resultado sea una película monumental, provocadora e irreverente, es la gran noticia después de la (relativa) decepción de ‘Malditos bastardos’.
'Django desencadenado' comparte uno de los lastres que desenfoca su anterior filme, esto es, que el protagonista es casi un accidente, ya que es devorado por la excelencia de los personajes secundarios (y los actores que los interpretan, magníficos). En esta ocasión, sin embargo, los satélites parecen explicar mejor, por contraste o por afinidad, la idea que Django representa: la justicia poética de una reinvención de la historia a la medida de unos valores que desafían la corrección política.
Los tres personajes que mencionamos –ángel de la guarda o el blanco que escupe sobre la tumba de la intolerancia (Waltz), el deplorable tío Sam, que ha convertido la esclavitud en una peligrosa síndrome de Estocolmo (Jackson), y el terrateniente sádico y falsamente refinado (DiCaprio)– construyen al tal Django, dan forma a su heroísmo vengativo. Es el triunfo de la voluntad de una raza que necesita sentirse liberada de los opresores, triunfo que todavía resuena contra los muros de la intransigencia. Tarantino vuelve a demostrar que sabe modular como pocos la larga duración de las secuencias y convertir la palabra en flecha envenenada, aunque en el epílogo, un punto precipitado, se nota que le hubiera gustado que este divertimento canalla hubiera superado las tres horas de metraje.