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Si profundizabas un poco en su místico paraíso tropical, su enigmático propietario vestido de blanco y su clientela en busca de sueños, era fácil encontrar algo fuera del corazón de esta serie setentera. Incluso si los fanáticos acérrimos no estuvieran pidiendo exactamente por un spin off cuatro décadas después, ¿seguramente no sería difícil explotar ese espeluznante potencial de horror? Aparentemente sí. Dirigida por Jeff Wadlow, el hombre detrás del igualmente apático Truth or Dare, esta adaptación de Blumhouse está sobrecargada y mal trazada, enredada en sus convoluciones y desprovista del atractivo retro del original.
Aquellos que estén suficientemente familiarizados con la edición vintage pueden apreciar el espectáculo pero más allá de eso, los antiguos aficionados a las versiones de TV se aburrirán hasta las lágrimas —y no solo ellos—. Al recordar cualquier cosa, desde Saw hasta Black Mirror, el guión es superficial y sin miedo.
Fiel al material, el misterioso Sr. Roarke (Michael Peña, que actualiza con éxito la suave personalidad en pantalla de Ricardo Montalbán) toma las decisiones. Al dar la bienvenida a un vuelo privado lleno de ganadores de lotería, les promete una fantasía inmersiva. Entre los invitados se encuentran: Lucy Hale, la entusiasta de las redes sociales que busca castigar a la chica mala de su escuela secundaria; un par de hermanos optimistas y chocantes que lo quieren todo; una solitaria nostálgica y hambrienta de romance (Maggie Q); y un policía que anhela honrar a su heroico padre.
Sin pasar por una estrudctura adecuada y apoyándose con fuerza en algunas imágenes alucinantes y absurdas (hay una presencia macabra que se materializa al azar y algo inexplicable que se desvanece), La isla de la fantasía entrelaza gradualmente el destino de estos personajes con un giro cómico. "Este lugar no apesta", dice alguien desde el principio… si tan solo nos hubieran dicho.