Narco cultura

Como parte de una madrugada cualquiera en Ciudad Juárez, tres niños describen de una manera atropellada cómo ocurrió el asesinato de dos hombres a bordo de su camioneta por medio de una balacera inmisericorde. A pesar de lo aparatoso del crimen (“al menos no le dispararon al tanque de gasolina”, dice aliviado uno de los niños), seguramente este será uno de los miles de casos que queden arrumbados en algún archivero polvoriento de la secretaría de seguridad local. Finalmente no es más que otro ajuste de cuentas por parte del narco.

Paradójicamente, ese tipo de nota roja es la materia prima para que a varios kilómetros de distancia, en Los Ángeles, una serie de artistas chicanos como Los Buknas de Culiacán o Alfredo Ríos “El Komander”, compongan las letras de sus exitosos narco corridos, mismos que con una pizca de suerte, servirán de inspiración para que un director más o menos habilidoso filme un blockbuster donde se erijan héroes de acción, villanos sin escrúpulos y alguna que otra diva.

Este singular ciclo es el punto partido para el filme, que con una narración solvente y efectiva transita del drama (ese estoico perito que, conforme avanza el relato, va dando los nombre de sus compañeros asesinados), al estudio sociológico, para finalmente tratar de entender cómo la apología de la violencia que promueven estos músicos puede ser tan influyente y establecer un nuevo estilo de vida en sus escuchas.

La virtud de la película es que no apuesta por la truculencia o el amarillismo; inclusive en escenas duras como la del narcotraficante de poca monta ahora en prisión, que explica detalladamente cómo la adrenalina le ayudaba a ejecutar toda clase de torturas. Siempre es notorio un rigor y un respeto hacia el tema. Sin embargo, queda esa sensación que por mejor contado que esté el documental, no se nos está diciendo algo nuevo, en cuanto a cifras, datos y hechos; por lo que Narco Cultura nunca llega a ser ni revelador, ni incisivo, ni tampoco contundente.