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No manches Frida

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A fin de replicar el éxito que tuvo en Alemania Fack ju Göhte, el director Nacho G. Velilla hizo la versión mexicana de esa cinta. Pese a ya tener la fórmula, el resultado es un desastre. No manches Frida maneja una premisa sencilla y muchas veces tratada en el cine: la niña bien portada (Martha Higareda, sin desnudos) conoce al chico malo, algo los hace unirse y trabajar en equipo, se transforman y terminan enamorados.

Sin embargo, su argumento cliché no es la razón por la que esta cinta reprueba, muchas películas de comedia nos han sorprendido con el “cómo” y no con el “qué”–. Sus personajes arquetípicos son llevados a la caricaturización con las actuaciones de Higareda y Omar Chaparro: es visible que ella –en su rol de maestra ñoña– está fuera de su zona de confort y cae en la exageración al intentar “hacernos reír”; mientras que el comediante cree que la malicia de su papel –un expresidiario que tiene la posibilidad de reformarse como profesor de educación física– se recrea con una chamarra de cuero y un ceño medio fruncido.

Los conflictos y objetivos de la cinta son claros. La razón de ser de ambos peronajes es la de transformar al grupo más indisciplinado y rebelde de la escuela para la que trabajan –una con infraestructura y costumbres gringas, por qué no–, y de paso a ellos mismos… un intento de Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995), pero en su versión comedia de “pastelazo”.

Diálogos predecibles, chistes gastados, actuaciones insípidas y desatino en la dirección actoral –no se aprovecha a Mónica Dionne y uno de los roles secundarios le roba cámara a Higareda–, son algunas otras de las razones por las que No manches Frida nos queda a deber como un producto de entretenimiento. Al final se luce como un filme adolescente y caprichoso.

Anaid Ramírez
Escrito por
Anaid Ramírez
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