el documental tierra de cárteles
Foto: Cortesía de la distribuidora.

Entrevista con Matthew Heineman

Charlamos con el realizador del documental Tierra de cárteles

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Desde hace un par de años, los efectos de la guerra contra el narcotráfico han tenido eco en la pantalla grande. Como ejemplo está la cruda e intensa ficción Heli (2013), que le dio al cineasta Amat Escalante la Cámara de Oro en Cannes 2013, o el documental Narco Cultura, del israelí Shaul Schwarz. Este año se suma a la lista Tierra de cárteles, del director norteamericano Matthew Heineman.

Galardonado en la última edición del festival de Sundance, en las categorías de Mejor director y fotografía, el documental se sumerge en el conflicto entre las autodefensas y los Caballeros Templarios, retratando así decenas de balaceras y confrontaciones intragrupales. Ante el próximo estreno de esta película en nuestro país, platicamos con el director.

Te pusiste en situaciones muy peligrosas al filmar Tierra de cárteles, ¿qué precauciones tomaste?
Tomamos todas las precauciones que pudimos: usamos chalecos antibalas e investigamos mucho antes de venir aquí. Hablamos con periodistas que habían cubierto la historia para entender las ramificaciones y los riesgos de seguridad pero al final hay un gran componente instintivo, debes tomar decisiones en cuestión de segundos. Fue un viaje muy intenso.

Uno de los puntos fuertes de la película es la fotografía, ¿cómo logras concentrarte en el aspecto visual cuando hay balas volando cerca de tu cabeza?
El aspecto visual fue lo que me mantuvo calmado en esos momentos, concentrarme en la exposición, en asegurarme de que la cámara estuviera grabando. El oficio de hacer cine fue lo que me permitió mantener la calma durante los tiroteos y los momentos más intensos.

Los personajes y las circunstancias que vemos en pantalla cambian constantemente, ¿qué tan difícil fue no tener control del desarrollo de la historia?
Esa fue una de las partes más difíciles, no teníamos idea de adónde nos llevaría la historia. Cuando llegué a México pensé que sería más simple, una especie de western en el que hombres con playeras blancas peleaban con hombres con playeras negras. Con el tiempo, me di cuenta de que la historia era mucho más compleja que eso. La línea entre el bien y el mal es muy tenue, esa ambigüedad me fascinó. Me obsesionaba tratar de comprender lo que estaba pasando, quiénes eran de verdad estas personas, hacia dónde se dirigía el movimiento (de las autodefensas). 

¿En algún momento pensaste en dejar el proyecto por razones de seguridad?
En realidad no. Mi familia y mi novia no estaban contentos con que estuviera haciendo esta película pero me enamoré de México, me enamore de la gente y sentí una gran responsabilidad de contar esta historia, de mostrar el sufrimiento que tantos mexicanos pasan día con día.

¿Cuál es el mayor aprendizaje que obtuviste como cineasta y como persona?
Un mentor me dijo una vez: Si terminas con la misma historia con que empezaste significa que no estabas prestando atención. Creo que es un buen consejo para la vida y para hacer cine. Pensé en eso todos los días al hacer esta película, dejar que la historia y los personajes evolucionaran. El viaje que emprende la audiencia es el mismo que yo viví haciendo la película, cuando creía saber hacia dónde se dirigía la trama todo cambiaba, eso sucedió una y otra vez. Es una forma a la vez intimidante y emocionante de hacer cine.

¿Qué reacción esperas del público en México?
Debate en todos los niveles, desde el presidente hasta la gente común. Quiero mostrar ese mundo que la gente sólo conoce a través de los titulares de prensa. En cuanto a Estados Unidos, espero que la gente se dé cuenta de lo que ocurre al sur de la frontera. Constantemente hablamos de atrocidades en todo el mundo pero no nos damos cuenta de que hay una guerra justo al sur de nosotros, una guerra de la que somos, en parte, responsables al consumir las sustancias que generan toda esta violencia.
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