Guillermo Osorno
Foto: Alejandra Carbajal

Entrevista con Guillermo Osorno

El escritor reunió entrevistas, periódicos y fotos para contar la historia de El Nueve, un antro gay de finales de los setenta, en su libro Tengo que morir todas la noches. Te compartimos lo que nos dijo sobre esto

Escrito por
Wenceslao Bruciaga
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Platicamos con uno de los rostros LGBTTTI de la CDMX, el escritor Guillermo Osorno, el cual mezcla temas de la comunidad gay con la literatura en sus libros como Tengo que morir todas las noches.

¿Cuál es el último antro gay que visitaste?
La Cervecería Viena, que sufrió una remodelación desafortunada. No obstante, me sorprende que sigan existiendo bares para hombres solos. Eso me gustó.

El Nueve no era el único antro gay underground en la ciudad en los setenta, ¿por qué escribir todo un libro sobre él?
Después de una serie de entrevistas para la revista DF por Travesías, noté que la gente aún lo recordaba. Al escuchar la historia del dueño del lugar, Henri Donnadieu, supe que había un libro que contar. Sin embargo, comencé a escribir dos años antes, porque con la historia de este bar podía relatar cómo mi generació triunfó culturalmente. Prueba de ello son personajes como Alfonso Cuarón, Marcovich, Café Tacvba, Rubén Ortiz, Emmanuel Lubezki, Caifanes y Santa Sabina, que eran clientes asiduos.

¿Cuándo pisaste El Nueve por primera vez?
Entre 1982 y 1983 yo era inspector de bares y un día me tocó supervisarlo. En ese entonces parecía que la recreación homosexual era sinónimo de algo sórdido. Tuve que ponerme como un personaje narrador en el libro para explicar cómo era el mundo a principios de los ochenta para un joven que quería salir del clóset y cómo El Nueve le solucionaba estos problemas.

Es la historia de un antro gay y una generación, pero ¿en algún momento te propusiste retratar cómo era la vida homosexual en la ciudad durante su existencia?
Nunca me sentí parte de un movimiento gay. Muchos de los hechos próximos a esos conceptos los investigué minuciosamente a través de documentos y entrevistas. El movimiento gay en México ha sido incapaz de dialogar con la clase media. Siempre fue muy pegado al movimiento radical de izquierda, pero en mi juventud no conectaba con ellos y su forma de pensar y actuar.

Tu libro empieza con una cita del clásico Rastros de carmín de Greil Marcus, una historia de movimientos culturales con un acercamiento especial al punk. ¿De qué forma influyó este libro mientras escribías?
Fue un libro que me recomendó Luis Felipe Fabre en una conversación. Al leerlo noté que contar la historia de El Nueve sería similar a contar la del punk, porque son monumentos culturales que no merecen caer en el olvido.

Cuando termino de leer libros como el tuyo, me invade cierta nostalgia y pienso que el pasado, a veces, fue mejor. ¿Realmente es así?
La distancia te permite tamizar las cosas que pudieron ser importantes. Me esforcé mucho para que el libro no tuviera esa sensación de que el tiempo pasado fue mejor, porque me da flojera. Estoy completamente dispuesto para que el presente me sorprenda. No obstante, lo gay nunca se verá como lo hizo mi generación.

Después de haber escrito la historia de El Nueve, ¿qué elementos debe tener un buen antro gay?
El último capítulo del libro habla sobre los actuales antros gay de la Ciudad de México. Emito una especie de voto por el Marrakech como el heredero del espíritu de El Nueve, pues su esencia no radica en la diferencia de género o la preferencia sexual. Anuncia el triunfo de las clases populares que se convirtieron en clase media, aunque también se da cita mucha gente de clase alta y esa combinación es afortunada. El Nueve fue un antro único porque desde entonces no ha existido un antro gay que combine a la perfección el desmadre propio de centro nocturno con la lógica de una casa de la cultura. Creo que tras el cierre de El Nueve la comunidad gay del DF se fracturó.

Tengo que morir todas la noches. Random House Mondadori. 2013.

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