Safari en Tepito

  • Teatro
  • 4 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

4 de 5 estrellas

Esta intervención teatral no podría llamarse “Conoce Tepito”, “Visita el barrio” o cualquier nombre de tour con oda al aburrimiento. Se llama "safari" porque es un recorrido de descubrimiento (safari significa “viaje” en la lengua africana swahili) por las vecindades y los secretos de una colonia. ¿Cazar animales? No. Tan sólo disminuir el salvajismo de estigmatizar un barrio.

Una llamada inesperada te dice: “Te espero en el Metro Lagunilla a las 4:50pm. Ve con ropa cómoda y sé puntual”. Es Mauricio Isaac o alguno de los actores (Norma Angélica, Mónica del Carmen y Raúl Briones) que confirman tu asistencia.

Horas después, estás caminando por el Mercado de Tepito. Hay que esquivar ráfagas de motociclistas con espíritu de Lorenzo Lamas y diableros con pacas que duplican su estatura, como caparazones pesados de tortugas.

Aunque los actores prepararon cuatro puestas en escena, en cada recorrido te tocará ver sólo dos. La primera parada es en la calle Aztecas, en “el Predio”, como le llaman a la vecindad. Una cabrona nos abre las puertas de su casa. O mejor dicho, una de Las siete cabronas e invisibles de Tepito, nombre del documental de Mireia Sallarès que le dio apodo a Verónica Hernández y a otras seis mujeres oriundas del barrio.

Sin darte cuenta, la obra ya comenzó. Eres parte de un montaje autobiográfico que Verónica y Mauricio Isaac, actor profesional, prepararon durante 15 días, en los que Mauricio vivió con Vero para conocerla, preparar la obra y hasta hacerse amigo del vendedor de micheladas del mercado. Las otras “parientes adoptivas”, como le llaman a los vecinos actores, son Lourdes Ruiz “la Reina del albur”, Mayra Valenzuela y Martín Camarillo “el Power”.

En la trama de la obra, las anécdotas circulan como diableros con prisa. Por ejemplo, Verónica Hernández recuerda su niñez como esa etapa en la que confundía el queso con el bloque de cocaína que su papá le pedía rayar para vender.

Vero es la 14 o la 36, depende de en qué punto se empiece la cuenta. Es la hija mayor de 14 hermanos, de los que sobreviven ocho. Aunque en realidad es una de los 36, pues su papá tuvo más de tres decenas de hijos con diferentes mujeres.

“Cuando mataron a mi sobrino, fui con los papás de los matones a decirles que ojalá bendijeran a sus hijos para que no lo volvieran a hacer, y así romper la cadena de odio. Eso nos falta aquí, eliminar el odio”, dice Vero como si parafraseara a Sócrates y su cadena de injusticias. No importa lo vivido, a Vero le gana el danzón. Por eso salimos a conocer al mismísimo “Pipiolo”. 

Entre los puestos del tianguis, que lo mismo te venden tres tangas por $50 o dildos g-a-r-a-n-t-i-z-a-d-o-s, está “el Pipiolo”, un vendedor de guayaberas que recuerda a esa etapa obesa de Homero Simpson cuando usa bata de flores. Con el mismo carisma y, por supuesto, la misma guayabera florida. Lleva 40 años en el barrio y es conocido por echar la rumba mejor que Selena, dicen. Se arma el bailongo en el mercado.

Las paradas son parte del misterio. Nunca sabes cuál será el lugar que el siguiente pariente adoptivo te invitará a recorrer. Si la emoción está a tope, aún te falta subirte a las motos –conducidas por los vecinos– para recorrer otra parte de la ruta de noche.

Conoces vecindades que tienen más años que albures en el barrio, como Peralvillo 15, donde vivieron próceres de la patria como Jaime Nunó y, claro, “el Tirantes”. Un chico, con una iguana amiga en el hombro, te cuenta que la vecindad pasó de caballeriza a patrimonio del INAH.

El discurso de los vecinos es claro: “Queremos que nos dejen de estigmatizar, por eso ayudamos a estos safaris, para que la gente sepa que trabajamos”, en voz de “el Pipiolo”.

En el ambiente hay un aire de solidaridad que culmina como todo lo bueno debe acabar: con una comilona de tacos de guisado.

El actor Daniel Giménez Cacho apostó a esta convivencia basada en el concepto de Wijksafari (proyecto creado por Adelheid Roosen e implementado en los barrios musulmanes de Ámsterdam).

Los safaris se han realizado –con ese nombre– desde hace dos años. Fueron propuestos por la gente del barrio, a través del Centro de Estudios Tepiteños, aunque con una dinámica distinta a la de éstos.

La intención del recorrido de cuatro horas es llevar al espectador por una experiencia sensorial e íntima en la que se pregunte –a través de las historias de los vecinos– si existe la justicia y el honor, porque como rezan los cuadros que cuelgan en las casas que nos dieron alojo: “En Tepito todo se vende, menos la dignidad”.

Detalles

Dirección
Contacto
5535 1291
Precio
$400
Horas de apertura
Jue-dom 5-9pm
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