Luis Felipe Lomelí
Foto: Alejandra Carbajal

Entrevista con Luis Felipe Lomelí

Nos fuimos a un tour cantinero por Bucareli con el autor del libro Indio borrado

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Son apenas ocho cuadras. Bucareli inicia en Reforma, con la fuente de Felguérez y banquetas remozadas por la ruta del Metrobús. Termina en el Conjunto Mascota, obra de Miguel Ángel de Quevedo. El conservacionista fue amigo de la familia de Luis Felipe Lomelí, autor con quien me cito para platicar sobre Indio borrado, su más reciente novela. Barajamos opciones:

-O las cantinas de Bucareli... propone Luis Felipe.
-Están bien tuguriosas.
-¡Sí, está chido!

Allá vamos, a esos bares que están en la misma calle pero que no concuerdan con Felguérez ni las banquetas bonitas. Aquí venden cervezas en envase familiar y puedes prescindir de los vasos. A Luis Felipe le gustan porque tienen rockola y, cuando te llega "la hora borracha", puedes repetir la misma canción sin que nadie se moleste. Son varias y podemos ir de una a otra mientras realizamos la entrevista.

Llegamos a la primera y buscamos mesa. Pedimos dos cervezas y Luis Felipe comienza a platicarme sobre sus visitas previas al DF. "Un lugar que me gusta mucho son los Viveros de Coyoacán, porque vivía cerca y porque mi abuelo Gómez fue uno de los creadores. Él trabajó con Quevedo. Me da esa nostalgia familiar con las plantas y demás", explica el autor de Indio borrado.

Quizá por eso estudió ingeniería física industrial y realizó una maestría sobre ecología en zonas áridas, reflexiono, mientras Luis Felipe continúa su relato. "México fue pionero en estos temas, por Quevedo y por raza como mi abuelo. Obviamente también hubo errores. Se les ocurrió traer eucaliptos. No se sabía que donde crece un eucalipto no crece nada más".

Sigo escuchando. "En esta parte de México todo se da en demasía, a lo bestia. Como decía un compa: 'A mí me gusta lo naco-naco o lo fresa-fresa. Esas chingaderas de en medio, cómo me cagan'. De algún modo comparto ese sentimiento. Aquí, en el DF, uno tiene esa facilidad", recuerda el autor mientras abandonamos el bar y pasamos al siguiente, a unos pasos.

"El DF también tiene lugares a los que les terminas teniendo cariño, aunque sean infames. Por ejemplo, el Wings del aeropuerto. He pasado cualquier cantidad de horas ahí desde la prepa, porque era agente de ventas y me tocaba venir al DF. Cuando lo remodelaron me pregunté '¿por qué remodelan mi casa?, ¿qué les pasa?'", me explica mientras terminamos otra ronda y nos disponemos a buscar un tercer bar, aunque sólo cruzamos Bucareli.

Los vapores etílicos nos invitan a pasar a temas más escabrosos, como los que retrata en su libro. "Quería hablar de los últimos años de México y de esta terrible realidad. Tenía un personaje ingeniero, no jalaba. Luego, uno que trabajaba en mercadotecnia, no jalaba. Cuando empecé con esta trama, en la que los mismos nombres de los lugares significaban más de lo que eran, supe que tenía mi novela", cuenta sobre este libro que se desarrolla en dos colonias de Monterrey, la Revolución Proletaria y la Country Club, nombres suficientemente obvios para entender sus diferencias.

A estas colonias las separan calles que ayudan a dibujar mejor el escenario: Alfonso Reyes  -pilar de cultura regiomontana-, Garza Sada -columna de la industria del norte-, y Antiguo Camino a Villa de Santiago, en referencia al santo patrono de los colonizadores que masacraron a los indios rayados, nativos de la región. "Es la historia de Monterrey, pero también la historia nacional", refiere el autor. Es hora de pasar a la siguiente y última parada de la noche. Allá vamos mientras refuta mi pregunta sobre si este libro es una oda a la violencia.

"De ninguna manera. Es la apología de la sobrevivencia en una época atroz. Se tiene que afrontar ante la ausencia total del Estado. Es reconocerse como 'el excluido', un sentimiento real de muchos jóvenes del país que se tatúan la cara. 'Si soy el excluido que todo mundo lo sepa'. En el momento en que lo hacen, aceptan su lugar en el mundo, o el lugar en el que ellos se asumen en el mundo". Nosotros tampoco somos inocentes, al menos en lo que se refiere a no beber en horario laboral. Así que mejor terminamos la entrevista, antes de que Luis Felipe repita otra vez la misma canción.

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