Jardín como renacimiento. Jardín como origen de la vida. Jardín como naturaleza del ser. A lo largo de la historia del arte –y de la religión misma–, el jardín ha estado presente como símbolo de paraíso terrenal. Como aquel lugar ideal al que todos desearíamos llegar, pero que muchas veces podría estar en lo más profundo de nuestro ser.
Es por esto que María José Romero traslada dicho concepto a su pintura como un ejercicio de reflexión: “La idea nace del hecho de vivir en esta ciudad, de lo complicado que es habitar en espacios pequeños, cuadrados, con ruido, smog y saturación de gente. Cuando llegamos a casa, muchos decimos ‘algún día quisiera tener una casa con jardín’, por eso tuve la necesidad de salirme de la ciudad. Pero un día me cuestionaron: ¿y si el jardín es una consecuencia de algo conquistado, de algo que está dentro de ti?”.
A partir de esta pregunta, la pintora mexicana decidió volcar su caligrafía personal en una serie de coloridas formas orgánicas y de trazos llenos de fuerza. En su proceso creativo experimentó con materiales como la madera, la cual talló hasta que la veta saliera con el fin de potenciar la sensación orgánica de un jardín.
De su última exposición titulada Infarto –montaje dramático en que toda la sala era de color rojo, motivada por ser el tono del corazón y la muerte–, María José Romero retoma la forma de un electrocardiograma, pero sin aludir ya a un fallecimiento: “le puse biograma porque es la continuación de mi trabajo anterior, pero ya no es el ritmo de un corazón en un infarto, sino el ritmo de un corazón cuando empieza a disparar semillas, de ahí nacen todos estos jardines. De la muerte viene la vida y ésta florece”.
El título de esta muestra proviene de la novela de Malcolm Lowry, Bajo el volcán (1974), de la que se desprende la frase “¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”.
“Hay que hacer de este jardín un lugar común, es mío pero también es tuyo, así que es importante cuidarlo, porque es un lugar usual y es el corazón”, dice María José.