Hace 25 años Pedro Meyer comenzó a trabajar con fotografía digital. Entonces fue satanizado por críticos y colegas; decían que era algo pasajero. Ahora está por inaugurar un museo donde enseñarán sobre cultura visual.
A Pedro le interesa la educación en torno a la reproducción de imágenes, sobre todo porque la fotografía, en los últimos cinco años, se ha vuelto la vanguardia de la cultura mundial. Por ello, a través de la fundación que lleva su nombre, trabaja en la edificación del Foto Museo, un espacio de 5 mil metros cuadrados para exposición y enseñanza.
"Es el sitio de exhibición de fotografía más grande de América Latina y, además, ofrecerá talleres, conferencias y diplomados en línea. Suma esfuerzos con la Casa de la Fotografía, en Coyoacán, sobre todo aquello que permite considerar la posibilidad de educarse, en el sentido más generoso de la palabra", explica.
Este nuevo recinto formará parte de un ecosistema en torno a la fotografía digital, con campus virtuales (a través de educación a distancia) y el de Coyoacán. Además de sumar esfuerzos con el Centro de la Imagen. "El Centro de la Imagen cubre toda la fotografía desde que inició hasta ahora y nosotros de hoy en adelante, en el entendido de que 'hoy' cambia todos los días".
El recinto estará en el límite norte de la ciudad, pero Meyer afirma, reloj en mano, que está a 25 minutos de Coyoacán (en automóvil y por el segundo piso del Periférico) y a 18 de la Columna de la Independencia.
"El imaginario de las personas viene de una época en que los transportes eran unos, pero se cambiaron y son otros y la gente no actualiza esa información, aunque sea algo que constantemente cambia".
Foto sin rollos
Tras décadas de tomar fotografías con equipo analógico, un día Pedro se descubrió aburrido. Entonces buscó la forma de evolucionar su trabajo y, por ende, su persona.
"Cada vez que hacía una foto me decía 'ya la hice 6 mil veces, ¿ahora qué?'. Tengo 25 años trabajando en foto digital y las primeras, si es que se les pueden llamar fotos, parecían tejido de punto de artesano de Toluca. Mis amigos me decían 'eres un fotógrafo más o menos bueno, ¿y estás haciendo estas pendejadas?'. No veían el futuro".
Pedro sí era capaz de conjeturar sobre las posibilidades de esta nueva técnica. Sin embargo, no se considera profeta ni visionario. "Visionario mi gato, puede ver en la obscuridad", ironiza.
Para Pedro, entender este nuevo modelo era tan sencillo como saber un poco de historia. "Cuando apareció la imprenta, y los primeros libros, la gente encontró una razón para aprender a leer y escribir. Hoy pasa lo mismo, todo mundo está tomando fotografías pero no quiere decir que tengan una cultura visual. Los aparatos son cada vez más sofisticados e inteligentes y todas las imágenes salen bien expuestas, o más o menos. De ahí a que alguien sepa qué está haciendo no es lo mismo. También depende de la función de la imagen. Si quieres compartir un recuerdo de la última borrachera no necesitas aprender nada, pero sí si quieres usar la fotografía para decir algo desde un punto de vista autoral".
Esta cultura visual, refiere, es muy compleja porque la fotografía no sirve para ser específico, es polivalente. "Quienes ven una foto pueden llegar a diferentes conclusiones. Con texto puedes hacer un contrato (es específico), pero no con una imagen". Además, la fotografía digital permite integrar otros recursos, como audio y movimiento (video).
"¿Cuánto tiempo tiene el iPhone, 3 años? Hace 15 años si decidías poner una escuela de fotografía digital necesitabas mesas, computadoras, PhotoShop. Hoy, con que cada uno tenga un teléfono es más que suficiente. Tengo aquí 60 programas y el más caro cuesta dos dólares. PhotoShop cuesta 500, 600 dólares. Aquí tengo cuarto oscuro, cámara, medio de publicar, tengo todo. Basta sentarlos, ni siquiera necesitamos una mesa".
Quizá lo más interesante no es que Pedro Meyer, a sus 77 años de edad, sea partidario y promotor de herramientas tecnológicas, sino el hecho de que esté por abrir un museo con sus propios medios. Esto sólo nos habla de una perpetua búsqueda o de seguir lo que ha sido su filosofía de vida: responder siempre con un simple "¿y por qué no?".