Con ocho extremidades, este libro camina sigilosamente mientras susurra la historia de Natalia, una chica que viaja a Irapuato para buscar a su papá, el cual la abandonó cuando era una bebé; Araneae es la primera novela de la escritora chilanga Nayeli García Sánchez.
Si bien su trabajo como escritora se remonta a su niñez, cuando a los 10 años hizo “unas crónicas sobre un viaje a Egipto en el que narraba el calor del desierto e invitaba al público a conocer el proceso de momificación”, fue hasta 2020 que utilizó su tiempo libre durante la pandemia y escribió Araneae.
Egresada de la UNAM, con un doctorado en Literatura Hispánica por el Colmex, la también coordinadora editorial de la Revista de la Universidad de México platicó con nosotros sobre su nuevo trabajo.
¿Cómo nació Araneae?
Lo que más me gusta es investigar cosas, soy muy curiosa, siempre quiero saber más de este mundo. Había hecho una investigación larga sobre mis orígenes porque nací en una familia monoparental. Mis papás se separaron cuando era muy chiquita y siempre tuve la hormiguita de saber quién era mi papá y cuál era ese otro lado de mi familia. Cuando me enteré que había muerto, hice un viaje a Irapuato, Guanajuato, su ciudad natal y recopilé toda la información que pude. Me quedé en casa de una conocida que era locutora de la radio local, ella voceó a mi papá, que no tenía mucho sentido porque sabía que ya estaba muerto. Preguntando a varias personas sobre el apellido Bocanegra supe que había una dentista que se apellidaba así, entonces fui a buscarla pero el consultorio estaba cerrado. Al lado había una tienda de abarrotes, entré a comprar algo y me di cuenta que en el permiso para vender alcohol, el dueño se llamaba Francisco Bocanegra. Así fue como conocí a mi tío y a mi familia paterna. Un viaje personal, muy duro personal, al que quería darle una forma literaria. La novela no cuenta puntualmente estas cosas, de hecho hay varios añadidos, pero lo que está en el fondo es esta historia es sobre quién soy.
¿Cuál fue el reto de entretejer tu historia en una novela de ficción?
Fue fácil porque pasó mucho tiempo. La comencé a escribir en 2020, entonces ya había resuelto en terapia todo el shock que fue para mi encontrar este lado de la familia y entender esa parte de mi papá. Cuando hice las paces con ese duelo, el reto fue encontrar los mecanismos funcionales como un arco narrativo, establecer tensiones entre personajes. A partir de mi experiencia le di una estructura artificial, que es la ficción. Claro que hay mucho inventado, pero a veces inventar cosas te ayuda a nombrar una verdad profunda. Mi interés más grande es crear emociones en la persona que la lea.
Las arañas son grandes protagonistas en esta historia. ¿Por qué elegiste a estos animales y qué representan para ti?
Para hablar de los sentimientos más profundos, sin caer en lugares comunes o telenovelescos, eché mano de las arañas. Por eso la narradora de la novela es una bióloga y su objeto de estudio son las arañas, animales que siempre me han parecido perturbadores, pero al mismo tiempo fascinantes; hay otro tipo de bichos que me causan pánico como las lombrices. Me choca todo lo que repta y se arrastra, pero las arañas tienen una sutileza y parece que saben algo que tú no. Tienen ocho patas y son ciegas, se guían por las vibraciones, entienden el mundo de otra forma. Eso me causa mucha curiosidad y se me hizo una forma de establecer una atmósfera siniestra, porque tienen una carga cultural de ser monstruos. Quise partir de una curiosidad y de una certeza para entender cuál es el mundo que este monstruo construye y quitarle una capa de terror. Siento que hice eso a nivel psicológico con mi papá, que por un tiempo fue lo peor del mundo, que me abandonó y no le importé, que solo hacía las cosas por egoísmo puro, y después me di cuenta de que no, que fue un hombre complejo que a veces actúo egoístamente pero que no tenía intención de lastimar a nadie y un poco las arañas son las sublimación de ese personaje. Mi papá solo se menciona en la novela pero las arañas están todo el tiempo.
Cuéntame un poco sobre la portada del libro…
La editorial, por coincidencia, se la encargó a una ilustradora de Veracruz, Atenea Castillo, que hizo un trabajo espectacular de interpretación. Dibujó a una muchacha que se parece mucho a mí y tiene seis brazos y dos piernas, ocho extremidades como una araña. Me pareció un encuentro bonito saber que una ilustradora mexicana —que no me conoce— pudo dibujarme con solo leer la novela.
Retratas a la CDMX en dos capítulos, ¿de qué manera te inspiró la ciudad?
Como la escribí en la pandemia, había pocos lugares a donde ir. Fui a algunos jardines de Ciudad Universitaria y a la Reserva Ecológica del Pedregal. Pocas personas saben que en medio de esta contaminada y ruidosa ciudad hay una reserva gigante que tiene especies endémicas y una gran variedad de arañas, entonces iba a caminar a la zona de San Ángel y Chimalistac. Algunos eventos de la novela pasan en Ciudad Universitaria y otros entre las rocas que están en la Plaza San Jacinto, cerca de la Bombilla. La CDMX me sirvió de lentes para entender Irapuato, que es una ciudad pequeña, más industrializada, pero es un lugar un poco desangelado.