A tan sólo una cuadra del Mercado de San Ángel se encuentra este pequeño tesoro. Es una cantina que se acopla a su axioma más literario y bohemio, sin perder la identidad de barrio. Hasta sus puertas están aferradas a esas raíces capaces de evocar los tiempos en que San Ángel era un pueblito de las afueras de la capital.
Los meseros tienen un fraternal talento para tratarte como si fueras su compadre de toda la vida. Te ofrecen la indispensable botana para saborear los tragos (la carne tártara les queda perfecta). Destacan los cuadros que cuelgan de sus paredes, un deleite de galería en donde pueden verse grabados de Carlos Cuevas, cuyos trazos son un homenaje a la bebida.