17º Tour de Cine Francés

Amante de los artefactos laberínticos y los juegos cinéfilos, François Ozon presenta en su última película una reflexión devastadora sobre el hecho de narrar, la fascinación que provoca y todos sus peligros. La anécdota, extraída de una obra teatral del madrileño Juan Mayorga, puede parecer muy débil: un profesor de literatura comienza a obsesionarse por un alumno suyo, un adolescente misterioso que a la vez se siente fascinado por la vida de un compañero de clase social inferior. Pero este juego de espejos transita despacio desde la comedia cínica hasta la fábula moral, en una pirueta que termina afectando a todos, incluso el propio Ozon como narrador último que permite el juego de voyeurismo y degradación colectiva en torno a este universo mezquino. Expuesta con una habilidad no exenta de un rigor implacable, con una puesta en escena que esconde su amarga precisión bajo una capa aparentemente brillante y amable, 'En la casa' es una de las películas con más mala leche del último cine francés.

Aceptémoslo, no todo el mundo es Jacques Rivette ni sabe hacer una maravilla de las dimensiones de La belle noiseuse. Trueba nos lo dejó claro con El artista y la modelo, fiasco inconmensurable que taladraba sin escrúpulos el discurso del maestro Frenhofer en La obra maestra desconocida de Balzac. Gilles Bourdos vuelve, mezclando una tibia retórica sobre el impresionismo con el retrato de un Auguste Renoir en las últimas que todavía quiere que se le levante mirando el cuerpo lechoso de su escultórica modelo. Es otra película sobre un pintor que lamenta en secreto su impotencia y añora los viejos tiempos de crápula y seductor, sobre todo desde que su hijo Jean vuelve del frente. Se intuye un intento de homenaje a Max Ophüls, bastante fallido, que no pasa del aburrido esteticismo victoriano de Jane Campion.

La cuestión gastronómica en el cine empieza a ser tediosa. Parece que sólo hay dos opciones: tirar por el kitsch post punk y empezar a filmar cup cakes rosas igual que Sofia Coppola o hacer una película con la emoción que pueda tener un libro de recetas. Si debo elegir, me quedo con la primera opción. Christian Vincent, no. Esta película es lo más parecido a rodar una comedia, cuando lo único que quería era cantarnos el menú de la cocina del Palacio del Elíseo, informarnos de cómo se prepara un Saint-Honoré o cuándo es temporada de trufas. Sin mencionar el tono negligente de insinuar una relación entre la cocinera y el presidente, y ni digamos de una inverosímil escapada a la Antártida que se hace imposible de justificar. La intriga de la historia es la que puedas sentir cuando la vecina de arriba hace un estofado: el olor te llega por el patio de luces, pero como sabes que en la vida te traerá un Tupper, pierdes del interés.