Ante un panorama en donde reinan las ficciones a las que les encanta jugar a ser documentales (o viceversa), el slow cinema y las road movies que invariablemente terminan en el mar, el novato Fernando Frías tuvo una idea mucho más sencilla: una desenfadada y agridulce película romántica, ambientada en un espacio defeño contemporáneo, tangible como pocas veces se haya capturado, y protagonizado por personajes verosímiles que, al igual que él, apenas han rebasado los treinta años. La pregunta resulta ineludible, ¿por qué no se están filmando en nuestro país más películas como Rezeta?
En 2008, Frías había dirigido el mediometraje documental Calentamiento local en el que, de algún modo, se encontraba el germen de su primer largometraje: como si de un filme de corte etnográfico se tratara, se hablaba del choque cultural entre hombres mexicanos y mujeres extranjeras en Puerto Escondido. En Rezeta relata el encuentro entre una famosa y exótica modelo albanesa y Alex, un defeño que toca la batería en una banda punk. Ella acaba de volver a la ciudad después de haber permanecido cinco años trabajando en Tokio. En poco tiempo se convertirán en mejores amigos, confidentes y, a la postre, en una inusual pareja.
Fernando Frías vive en Nueva York desde 2010, donde está terminando de estudiar la maestría en guionismo en la Universidad de Columbia. Esto es lo que nos comentó.
Intento hacer memoria, pero creo que en nuestro contexto no hay algo con qué comparar tu película. ¿Cuál es el origen de Rezeta?
A pesar de que los críticos la han calificado como una comedia romántica, en realidad es más un drama con toques autobiográficos que tenía que hacer justo en este momento de mi vida. Quería demostrar qué tipo de director y guionista soy y en cuáles me puedo convertir. Conocí a Rezeta Veliu hace un par de años durante la grabación de un comercial (ni recuerdo de qué era), yo era asistente de dirección. En ese entonces yo tenía un primer tratamiento del guión y consideré que ella podía ser la persona adecuada para el protagónico. Siendo sincero, Rezeta no era mi primera opción, pero al escuchar su historia de nomadismo inmediatamente vi que ella era la ideal, porque entendía perfectamente de lo que hablaba y de lo que el personaje sentía.
Aún con la diferencia de géneros y de estilo, tanto en Calentamiento local (2008) como en Rezeta te enfocas en los prejuicios que tenemos sobre los extranjeros y los que ellos tienen sobre nosotros. ¿De dónde proviene tu interés por el tema?
Cuando tenía diez años, le decía a mi mamá que de grande quería ser turista, pensando que eso era una profesión. Conforme fui creciendo y empecé a viajar y a conocer gente, noté que la migración y las formas de adaptarse al lugar donde uno se asienta eran temas que me atañían, que vivía en carne propia. Tengo un proyecto llamado Jimigration, el cual llevo desarrollando durante cinco años y tiene que ver con el otro lado de la moneda: un estadounidense que emigra a Acapulco. Otra historia que estoy armando (aún sin nombre) es la de un mexicano y su vida cotidiana en Nueva York. Al igual que Rezeta, estos dos guiones son muy despreocupados, con un corte netamente comercial, nada de denuncia o de abordar la migración como algo negativo.
En tu reparto tienes a una modelo, un músico, un escritor y un arquitecto que no tenían experiencia en el cine, ¿qué ventajas te ofrecían?
Más allá de controlarlos y buscarles un punto intermedio para evitar la sobre o subinterpretación, fue bastante sencillo. En primer lugar porque todos son amigos íntimos, y en segundo porque decidimos jugar con versiones caricaturizadas de ellos mismos, así como con las convenciones que esto conlleva. Por ejemplo, Emilio (Becerril) ¡sí es un escritor hippie coyoacanense y hace disertaciones como en la película!, Roger (Mendoza) es punk e incluso, cuando estaba haciendo la selección musical, me corregía y me decía "¡No, cómo crees que mi personaje escucharía a esta banda, si ellos son antipunk! ¡Están en el lado contrario del movimiento!". Cuando Rezeta cayó en cuenta de que, sin quererlo, es la representación del cliché de la top model extranjera, se acomodó a la perfección con ese rol. Así que, ¿para qué iba a necesitar a actores profesionales?
Un aspecto atractivo de tu película es el uso de la ciudad, que es un personaje más. No es la de postal turística, ni tampoco es la violentada y cruda, sino una más cotidiana, en la que los protagonistas pueden transitar con normalidad. ¿Cómo logras que las locaciones se vuelvan orgánicas?
Es muy curioso que lo menciones porque, por lo general, es de los elementos que más me han criticado. Una de las programadoras del Festival Internacional de Cine de Rotterdam me señalaba que era completamente absurdo lo que planteaba: "¿Una fiesta en un museo, con el esqueleto de un dinosaurio al fondo?" (aludiendo a una secuencia clave que se lleva a cabo en el icónico Museo de Historia Natural). Quién sabe qué ciudad deseaba ver o qué tanta influencia ha tenido el cine festivalero en esta gente, pero yo sólo mostré algo real, ¡he ido a fiestas en ese museo! De la misma forma decidí trabajar con el resto de las locaciones: el salón de baile en el centro, el edificio a donde Rezeta se muda, el metro, todos son lugares que conozco. No tuve que inventar otra ciudad, por eso resulta creíble.
Cuéntame acerca de la escritura de diálogos.
Digamos que la mitad fue improvisación, un constante estira y afloja entre lo que proponían mis actores y lo que concedía. La otra mitad fue escrita muy rápido y de manera muy natural, en menos de una semana ya los tenía listos, siempre buscando que fueran lo menos rebuscado posible.
Ahora que la lista de óperas primas en México se ha extendido, ¿cuáles crees que sean los intereses en común entre esta nueva generación de directores?
Más que intereses temáticos o estilísticos, la verdadera gran preocupación que existe es la de ser único, la de encontrar la manera más extrema de trabajar o la historia más bizarra. Llegas a escuchar cosas como "le di una tacha a mi abuela y la puse a actuar" o "voy a recrear en una docuficción la muerte de mi mejor amigo". A eso se están dedicando la mayoría de los directores, aunque yo no comparto para nada esa idea. Y no es algo exclusivo de México. Ahora que vivo en Nueva York compruebo que se trata más bien de una cuestión generacional.