A veces lo mejor de la comida es el postre. Afortunadamente existe el panadero pelirrojo (la traducción del francés antiguo del nombre de este lugar). Si la fachada en madera verde menta de este localito, totalmente al estilo de las patisseries parisinas, se roba la atención de la cuadra en la que se ubica, su repostería artesanal (sin saborizantes artificiales ni conservadores artificiales) tiene grandes probabilidades de adueñarse de tus antojos azucarados.
Aunque todos los días hornean baguettes, croissants, chocolatines y alguno que otro pan, los protagonistas indiscutibles de sus vitrinas son los pasteles y las tartas. La variedad no es abrumadora, pero sí da para tener más de un favorito.
Es muy probable que llegues convencidísimo de probar una rebanada de pastel de chocolate y terminar mordiendo una de limón –una combinación de merengue y pasta que amerita no compartir ni una migaja–, de pan de zanahoria –además de mucha zanahoria, tiene un rico glaseado con ralladura de limón– o una esponjosa tarta de pera. Ya frente al mostrador, los olores de lo que se esté preparando mientras llega el turno resultan irresistibles. Si no se va de paso o con prisa, puede pedirse un café y concentrarse con alegría calmosa en la delicia elegida, sentado en alguna de sus mesitas al exterior o en la barra en el interior.
También es posible ponerse generosos y llevar a casa un pastel entero, paquetes de galletas, trufas, loaf de jengibre y muchas posibilidades que existen en el menú.
Para quedar bien en alguna reunión o celebrar un cumpleaños, lo más recomendable es llamar con al menos un día de anticipación para asegurar el pedido. Tienen servicio a domicilio, pero limitado a su ubicación.