Fleet Foxes vuelven con Crack-Up
Foto: Cortesía Fleet Foxes

Disco de la semana: 'Crack-Up', Fleet Foxes

Después de seis años, el proyecto de folk liderado por Robin Pecknold presenta el LP más innovador de su carrera

Escrito por
Esteban Hernández
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En primera instancia, un género como el folk podría parecer limitado, pero en los últimos años, artistas como Bon Iver han intentado subvertir estas pautas, llevando al género a nuevos lugares. Ahora, después de seis años del lanzamiento de su último material, Fleet Foxes intenta sacar el folk del lugar común con su nueva placa, Crack-Up. 

Este disco es difícil; posee canciones que realmente son dos, los títulos de las canciones son impronunciables y crearon ritmos que parecen venir de otro planeta, lo cual vuelve al álbum complejo. En comparación con sus proyectos anteriores se escuchan más maduros en cuanto a escala y producción, algo que muy pocas bandas se han atrevido a hacer en los últimos años. Desde los primeros instantes de “I Am All That I Need” se hace aparente que el cantante, Robin Pecknold, decide jugar con los límites del género y, a través de las 11 canciones del LP, vemos una mezcla de sonidos tradicionales del género con elementos electrónicos y ambientales.

A los fans de hueso colorado les tranquilizará saber que no todo es experimento, la voz de Pecknold conserva su sonido particular, espaciosa e hipnotizante, la cual permea en cada canción. La experiencia de escuchar el álbum por primera vez es extraña, similar a cuando ves una película como Magnolia (2000) de Paul Thomas Anderson; un sentimiento de nostalgia y curiosidad invade tu cuerpo, y querrás escucharlo de nuevo. El disco se vuelve parte del viaje de la banda, a través de conflictos personales y sociales, aunque sin un punto específico.

Crack-Up es un disco para escuchar de principio a fin, ya que es una obra completa y redonda. Las transiciones entre canciones están muy bien pensadas, y dan la ilusión de escuchar un track muy largo en lugar de 11. A lo largo de 55 minutos, Pecknold nos hipnotiza con sus canciones, especialmente en la línea de bajo de “- Naiadas, Cassadies” que predomina en el piano a lo largo de la segunda mitad de la canción. Esto se repite durante varios minutos en distintos instrumentos, esto hace alusión a la estructura tradicional de la música electrónica, que comúnmente se va construyendo poco a poco para así culminar en una gran masa sonora.

Este disco tiene dos caras. Por un lado, la música es bailable, gracias a los elementos electrónicos, e inclusive puede sacarte una sonrisa. En contraste a esto, las letras de Pecknold tratan temas muy duros, como “Kept Woman”, una canción que narra la relación entre el vocalista y una mujer que intercambia favores sexuales por comida y asilo.

A pesar de esto y en un sentido primordial, el disco apela a los sentimientos y a la memoria, temáticas que son comunes y fáciles de comprender. La banda se presenta llena de nostalgia, prácticamente la totalidad de las letras se escribieron en el pasado. Las historias no lineales no son muy comunes en la música, pero así como a Pecknold le divierte componer de forma inusual, la estructura de sus líricas son complejas y confusas, como si quisiera que nos movamos de forma diferente a lo acostumbrado y nos deja claro que no quiere que nos aprendamos su obra maestra de memoria. “Was I too slow? Did I change overnight?” se pregunta el compositor en “Third of May/ Ōdaigahara”, canción que trata de la relación entre el cantante y otro integrante de la banda, pero que al mismo tiempo habla de una pintura de Goya con el mismo nombre. De pronto resulta increíble ir descubriendo las múltiples facetas de las composiciones de Pecknold, aunque parece que siempre faltará algo.

Este álbum muestra que hasta un género como el folk, que parecía estar estancado, puede modernizarse. Fleet Foxes lleva el género a sus límites y a veces resulta imposible nombrarlo. El descanso que tomaron de 2013 a 2016 les sentó muy bien como grupo. La química que mantienen en el disco es mucho mayor a la de sus proyectos pasados, y a pesar de que la mayor parte de la composición fue hecha por Pecknold, la banda suena completamente integrada. La incorporación de instrumentos orquestales magnifica el tamaño de cada canción. Los arreglos y la forma en la que contrastan las guitarras con otros elementos electrónicos es una hazaña, tanto de composición, como de producción, de la mano de Phil Ek y Greg Calbi. Sin duda Fleet Foxes lo hizo de nuevo, Crack-Up es uno de los mejores discos de este año y quizás el mejor de su carrera. Si les gusta la música que se sale de lo tradicional, y el folk todavía no los atrapa, tengan por seguro que Robin Pecknold los hará fans del género con este complejo e innovador proyecto.

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