Rina Sawayama platicó con Time Out sobre su disco, Sawayama
Foto: Andy Parsons
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Rina Sawayama, superestrella pop en medio de una pandemia

Platicamos con la cantante londinense sobre la cuarentena, su disco Sawayama y Animal Crossing

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“Ah carajo, mi laptop se va a morir. Espera deja voy por mi cargador”, grita Rina Sawayama un poco pixeleada desde su pantalla. Bienvenidos a las entrevistas de estrellas pop en tiempos de Covid, un proceso facilitado por Zoom, una herramienta tecnológica de la cual ninguno de nosotros había escuchado hace un año.

Mientras Sawayama se pelea frenéticamente para conectar los cables, me regaló una vista de su nueva casa en el sureste de Londres o por lo menos el “cobertizo glorificado” que la cantante británica-japonesa de 30 años llama actualmente su sala de ensayo y gimnasio. Como muchos de nosotros, el encierro de marzo precipitó la comprensión de que una casa compartida no es el lugar óptimo para pasar una pandemia. Como pocos de nosotros, ella fue capaz de hacer algo al respecto. “Me sentí como: ya no puedo vivir más tiempo aquí”, dice abriendo sus ojos en un intento de simular angustia. “En cuanto se terminó el encierro, dije: Ok, me largo”, enfatizó.

Puede que esté en modo hogareño —nuestro chat tuvo como prefacio una advertencia de que tenía pintores en su casa y de que tal vez cortarían el wifi por accidente—, pero ahorita Sawayama es una de las sensaciones más solicitadas surgidas en Reino Unido. Un día después de que hablamos, se anunció su debut mundial televisivo en The Tonight Show Starring Jimmy Fallon. Pocos días después, llegó a 100 millones de reproducciones en Spotify.

Todo es gracias a Sawayama, su abrumadoramente extravagante primer álbum. Es un disco que salta entre géneros con la misma destreza que Lady GaGa cambia de vestuario a la mitad de su concierto, abarcando un house glamuroso y baladas hímnicas gays, sampleando desde una sonata de Bethoveen hasta Final Fantasy IX. Llamarlo “ambicioso” es como decir que The Shard en Londres, es un edificio bastante alto. Con razón Elton John lo proclamó su álbum del año. 

Foto: Andy Parsons

Esto no quiere decir que el 2020 de Sawayama ha ido exactamente acorde al plan (¿El de quién sí?). La cantante ha pasado los últimos siete años preparándose para este: en 2017, su EP Rina le dio voz a la desolación de la vida online. Mientras tanto, su ejército formidable de fans —Pixels— se entusiasmaron más y más, haciendo memes graciosos en los que la comparaban favorablemente con Karl Marx, y pintándola en posters de la película Ghost in the Shell: vigilante del futuro (Rupert Sanders, 2017). Este año, se suponía que Sawayama saldría de tour en abril a Reino Unido y Norteamérica. Ahora todos sus conciertos fueron reagendados para el próximo año.

En cierto momento del primer encierro en Londres, se encontró a sí misma en su sofá viendo el documental Blackpink: Light Up the Sky (Caroline Suh, 2020) en Netflix y sintiendo un dolor sordo en su pecho mientras veía al grupo de chicas de pop coreano cantar en Coachella. “Extraño tanto los festivales”, dijo vagamente. “La música en vivo, estar en una multitud de gente. Me puedo imaginar que no soy la única persona que extraña eso”.

En marzo, conforme se fueron cancelando los conciertos y las filmaciones de videos musicales, trató de mantener un sentido de perspectiva sobre toda la situación. Se acuerda de que se decía a sí misma: “Rina, hay una pandemia, o sea relájate”. Jugaba Animal Crossing en Nintendo Switch hasta que se dio cuenta de que era diabólico: “Debes dinero como hipoteca… luego obtienes una hipoteca mucho más grande para la cual tienes que trabajar extra duro para pagarla. Esto es súper deprimente”. Leyó En la tierra somos fugazmente grandiosos de Ocean Vuong (“súper bueno”) y Sour Heart de Jenny Zhang (“probablemente uno de mis libros favoritos de todos los tiempos”). Pasó el rato con su perro, Kaya; impulsivamente preordenó el nuevo PS5. “Me estaba estresando al principio”, dijo; “Estaba como, carajo, Taylor Swift ya escribió otro álbum, Charli XCX ya escribió otro disco durante el encierro. ¿Por qué yo no estoy escribiendo? Pero después pensé: Todo el mundo solo cálmese… Solo hagan lo que puedan. Creo que algunas personas están muy inspiradas por este tipo de sentimiento que el encierro les provocó y otras personas nada más no. Y esa soy yo”.

Sawayama está en un humor pensativo hoy, encogida sobre su laptop en una sudadera de basquetbol de Nike con unos lentes demasiado grandes que se asemejan un poco a Steve Urkel. Hay una enorme planta trepadora, característica de la vida en departamento de los millennials, acechando en el fondo. Si no fuera por la botella vacía de Moët detrás de ella —un regalo de Vogue Japón— y las dos guitarras visibles en el fondo de la pantalla, yo podría estar en una llamada por Zoom con cualquier oficinista en su séptimo mes de trabajar desde casa. Exhala ruidosamente y dice: “Solo me preocupa que toda la industria musical colapse, básicamente”.

Como la mayoría de nosotros durante el encierro, Sawayama ha tenido muchas preocupaciones. Unas muy existenciales sobre el desplome de toda la economía y otras relativamente más chicas, pero no menos angustiantes, sobre el trato del gobierno hacia las artes. “Sí, los artistas pueden solo irse y luego regresar”, dice con una voz de bebé elegantemente malcriada. “Alentar a la gente para que se reentrene —¿Cuántas personas van a ser realmente capaces de regresar a esta industria?”, medio grita Sawayama, mientras sacude su cabeza tan fuerte que su pelo trenzado casi se suelta. “Literalmente, ¿qué haría yo?”, se pregunta.

El ardiente y apasionado tono me recuerda de la última vez que hablé con Sawayama en julio. Se acababa de enterar de que le habían prohibido ir a los premios Brit y al Premio Mercury debido a una cláusula de nacionalidad poco conocida que previene que personas como ella —que han pasado casi toda su vida en el Reino Unido con un visado de larga duración pero que no tienen el pasaporte británico— entren. Los organizadores de los premios dijeron que están revisando las reglas, pero Sawayama no es muy optimista: “Todavía estamos por saber algo”, dice sin rodeos, con la voz endurecida; “Es una situación extraña”, comenta.

Tampoco escatima palabras cuando se trata del predicamento desesperado que enfrenta la industria de la música en vivo. “Hay literalmente decenas de miles de personas que no tienen trabajo” dice, enfatizando cada palabra con furia; “y queda en los artistas apoyarlos”, concluye. 

En una pandemia, el compromiso de Sawayama hacia la honestidad y a hablar claro, ha impactado directamente a las audiencias. Es por lo que Sawayama es —una vez que lo despojas de todas las campanas y silbatos del productor Clarence Clarity— esencialmente un retrato familiar profundamente empático; uno que es reconocido instantáneamente por cualquiera que haya batallado con su identidad o relación con sus padres, pero que resuena con mucha mayor profundidad si eres —como Sawayama— de herencia asiática o inmigrante.

Creció en el norte de Londres, aunque nacida en Niigata, Japón. Sus padres se separaron y la crió su madre que abruptamente se había convertido en soltera. Cuenta que a ella la avergonzaba su madre; su inglés imperfecto era un recordatorio constante de que eran diferentes. “Londres fue probablemente el mejor lugar para que creciera porque había muchos inmigrantes y muchas personas de contextos sociales distintos” afirma ahora. Esa diferencia se hizo más marcada cuando se fue a Cambridge. “No me sentía conectada con nadie en mi universidad y eso fue muy, muy difícil”, comenta.

Foto: Andy Parsons

Es un sentimiento inmortalizado en “Dynasty”, una ópera de rock maximalista que presenta a Sawayama cantando sobre dolor heredado y traumas familiares. “Muchos artistas creen en cosas políticas, pero puede que no lo reflejen necesariamente en su trabajo o en su música”, asegura. “Fui a una sesión recientemente y dije: quiero escribir sobre la fragilidad blanca. El productor pensó que estaba bromeando y yo como: no estoy bromeando”.

Inclinarse hacia su herencia para Sawayama no fue fácil. Al principio quería negarlo —no gracias, supuestamente, al racismo que encontró en la industria musical, que abarcaba desde microagresiones, como ser descrita como kawaii porque se teñía el pelo de color naranja, hasta prejuicios directos (un ejecutivo de la música llamándola Rina Wagamama a sus espaldas). “Estaba súper en contra de que me estereotiparan”, afirma. “Me tomó un par de días reconocer el otro lado de las cosas. Al renegar mi herencia japonesa, estaba excluyendo todas las experiencias que tenía como persona japonesa”, concluyó.

Después, su madre se mudó de regreso a Japón. Y, en Londres, a océanos de distancia y con nueve horas de retraso, Sawayama se sintió inesperadamente liberada. Hoy, les cambia el sentido a las palabras en su cabeza. “Creo que sentí que no quería escribir un álbum que la avergonzaría de alguna manera o que revelaría demasiado sobre nuestra familia”, dice finalmente. “Pero en realidad eso fue lo que lo hizo más relacionable para la gente”, afirma.

Como muchos londinenses de su edad, Sawayama pasó gran parte de su adolescencia haciendo fila afuera de la sala de conciertos Brixton Academy en mañanas frías por la dulce adrenalina de ser la primera en bailar justo hasta el frente del concierto. En jeans ajustados blancos, claro. “Estaba obsesionada. Cajun Dance Party, Bloody Bombay Bicycle Club, cualquier banda que tuviera un The al principio”, se ríe. Cada viernes en la noche, se escabullía en el antiguo teatro Koko, en Londres, porque en esa época no checaban identificaciones —hasta que los periódicos amarillistas cacharon a la modelo Peaches Geldof. “Después de eso se pusieron tan estrictos que nunca regresé”, cuenta. ¿Su momento culminante de la época? Lograr entrar al after de Franz Ferdinand, después de su concierto en el Palacio Alexandra, cuando ella tenía 16 años. “¡Qué ambiente… aaah!” grita, encantada con su yo adolescente.

Flacuchos hombres blancos con guitarras están lejos del show promedio de Rina Sawayama. Incluso en sus primeros conciertos —en venues sudorosos no tan diferentes de aquellos en donde creció viendo bandas— tenía el espíritu de una superestrella: bailarines, vestuarios complicados, alas que llegan hasta las pompas y un dramático ventilador de escenario del cual Beyoncé hubiera estado orgullosa. ¿Qué era lo que la tenía haciendo filas para estar hasta el frente de un concierto de The Bravery?

“Estar tan cerca de un instrumento y estar tan cerca de los músicos”, explica; “Siempre bromeo con que era una fanática y siempre soy una fanática. Entiendo lo que sienten las personas cuando se obsesionan con un artista.”

La última vez que vi a Sawayama cantar fue en la Brixton Academy, en donde había hecho fila hace tantos años. Le estaba abriendo a Charli XCX en trenzas elegantes y chaparreras doradas del diseñador chino Di Du, parecida a una Christina Aguilera de la era del espacio en su época de Dirrty. Se subió al escenario con aplausos tan ruidosos que casi me tiran el litro de Coca tibia de la mano. Fue su último concierto en vivo antes de que saliera Sawayama. “Tuve que filmar algo hace un par de semanas” —deja salir una incrédula risa— “Y estaba como: ¡Carajo, estoy tan fuera de práctica!”, dice de una manera en que casi me engaña y le creo.

Una semana después de nuestro chat, Sawayama hace su debut en The Tonight Show Starring Jimmy Fallon, completamente en billetes de dólares personalizados con su cara. El número se vuelve tendencia en Twitter de Estados Unidos, Brasil, las Filipinas y Singapur; menos de 24 horas después, ya hay fan art de su vestimenta. Ir de fanática rebelde a una estrella hecha y derecha durante la pandemia, ¡qué manera de llegar hasta el frente de la fila!. Ahora, apenas una semana después de eso, varios países del mundo se enfrentan cara a cara con un segundo encierro. Es un momento desolador para mucha gente en la industrial musical, para artistas, fans y venues. Para Sawayama, sin embargo, el 2020, con sus súper altas y sus muy bajas, siempre tendrá una resonancia especial.

“Los álbumes que salieron durante el primer encierro significan cosas tan diferentes ahora”, dice ella; “No es música de fondo. Es una línea tan importante de optimismo para la gente ahora, ¿sabes?”, concluye.

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