Estatuas y monumentos extravagantes

Desde proporciones absurdas hasta simbolismos ilógicos, te mostramos qué hay detrás de los homenajes urbanos más raros

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Estatua al perro callejero

Develada en julio de 2008, es un intento de grupos protectores de animales para crear conciencia sobre la responsabilidad de tener una mascota, el maltrato animal y la esterilización.

La silueta famélica y coja que se aprecia en las orillas del Centro de Tlalpan corresponde a Peluso, perro callejero que murió cinco días antes de la develación de la estatua, obra de Girasol Botello.

La ranita de los boleros

En la antigua plaza del Colegio de Niñas, una ranita trovadora toca un laúd a la sombra del reloj que el imperio otomano regaló por el centenario de la Independencia.

En algún punto del siglo pasado, el carismático batracio se ganó el cariño del gremio de los boleros, pues los limpiadores de calzado recibieron ese nombre por cargar la grasa en bolas envueltas en papel. Ahora ellos le dan mantenimiento.

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Estatua de los "indios verdes"

Lo curioso de este monumento no es su calidad ni su propósito, sino el término genérico y racista con que lo conocemos.

Los “indios verdes” son nada menos que los emperadores Itzcóatl y Ahuízotl, fundidos en bronce y enverdecidos por la humedad y el paso del tiempo.

Las esculturas, de Horacio Casarín, peregrinaron a lo largo del siglo XX por Reforma, la Viga e Insurgentes.

Mano del Parque España

Diariamente, decenas de personas corren, pasean o caminan con sus perros alrededor de esta estructura metálica sin sospechar que se trata de una mano con su palma abierta al cielo. El gesto del monumento recuerda la mano extendida por México a los refugiados españoles que huyeron de la Guerra Civil. Fue diseñada por el arquitecto Francisco Azorín.

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