Si bien para alcanzar el éxito, la serie Riverdale apostó por los lineamientos de fórmula correspondientes al drama juvenil y el suspenso con aire a telenovela, conservando únicamente los nombres del cómic que toma como base, al menos eso sirvió para que este terminara de consolidar una necesaria reinvención, la cual ya venía empujando desde unos años antes y que no terminaba de llevar hasta sus últimas consecuencias.
Es más que sabido que la saga Star Wars se definió alimentándose del western, una de las formas clásicas del cine que tuvo su apogeo hace más de cinco décadas. Desde el Episodio IV, con sus visiones de parajes crepusculares que se extendían interminables en el planeta Tatooine, pasando por los tiroteos de cantina en Mos Eisley, hasta llegar a la naturaleza salvaje del entorno en que deambulaba el protagonista de la serie The Mandalorian, se han explotado los rasgos de dicho género en mayor o menor medida durante las diferentes entregas de la franquicia.
Sin embargo, el western encuentra su principal representante en Star Wars a través de un personaje de fugaz participación en la pantalla grande. Se trata de Boba Fett, a quien una apariencia de forajido intergaláctico, además del misterio más bien incidental que se género con respecto a su identidad, le valieron enganchar a una buena cantidad de fans, y posteriormente alcanzar el estatus de culto gracias a los juguetes, las novelas y especialmente los cómics.
En este último medio, a la fecha se siguen presentando los más interesantes acercamientos a su figura. Un ejemplo reciente es Boba Fett: Corazón de cazador, título traído a México por editorial Panini, que hace honor a la primera aparición del ya mencionado vástago de Jango Fett y ofrece mucho más de lo que se ve en primera instancia.
Y es que dentro de una aventura aparentemente de rutina, aunque no por ello menos entretenida o espectacular, sobre todo por la mezcla de épica e inquietud que proyectan las ilustraciones de Mark Laming, detectamos pequeñas acciones que bien nos pueden servir para redimensionar al protagonista, conectando el arquetipo al que por lo regular obedece, el del cazarrecompensas romantizado por Hollywood, con la naturaleza de la versión real que dio origen al mismo.
Nos referimos a los “Patrollers”, que no eran otra cosa que hombres blancos marginales y sin recursos económicos, también conocidos como “white trash”, quienes en el siglo XIX se dedicaban a impedir que los esclavos escaparan a los estados libres de Estados Unidos, y por supuesto, eran remunerados por ello.
Así pues, la capacidad no solo para sortear las implicaciones de establecer empatía tanto con clientes como con fugitivos, y no involucrarse con ideales, causas o credos, sino para evitar dejarse seducir por el agradecimiento de las personas a quienes de manera indirecta su efectividad en los trabajos termina por beneficiar o incluso ayudar —así como su fidelidad a una única cosa—, son parte de las actitudes que se acentúan en esta aventura autoconclusiva que así como establece con claridad los objetivos y motivaciones de un personaje que transita entre la infamia y el rigor, abre las puertas para otorgarle una mayor cantidad de matices.
En este caso, la edición de Boba Fett: Corazón de cazador además viene acompañada de un one-shot protagonizado por Boba y su padre Jango. Esto es el complemento para lo que se convierte en una interesante exploración del que sin ser realmente uno de ellos, es el más famoso de los Mandalorianos.
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