Ilustración de Marceline de Hora de Aventura
Foto: Cortesía Editorial Kamite

Rockstar Comic: De las bandas virtuales a Marceline y Hora de aventura

Marceline a la deriva y Marceline y las Screem Queens son los títulos que albergan las aventuras de este personaje de Hora de aventura

Escrito por
Jesús Chavarría
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La relación entre el mundo de la música y el de la animación ha encontrado uno de sus puntos más significativos y extravagantes a través de lo que se ha denominado como bandas virtuales, es decir aquellas que en realidad son una llamativa fachada para los verdaderos creativos que se hacen cargo de componer e interpretar las canciones.

Los antecedentes de este tipo de conceptos se rastrean hasta la década de los sesenta, cuando uno de los hoy clásicos de los cómics estadounidenses dio el salto con una producción para televisión y de paso lanzó un álbum, llegando a colocar el tema “Sugar, Sugar” en el número uno del Billboard. Nos referimos a Los Archies, primera agrupación de su tipo, que fue la natural extension del espíritu ligero de las aventuras del pelirojo de Riverdale y un fiel reflejo del lado festivo de su tiempo.

En cuanto al panorama actual, su más importante y exitoso equivalente, aunque muy alejado en cuanto a temática y profundidad, es Gorillaz, creación de Damon Albarn (Blur) y Jamie Hewlett (Tank Girl), quienes han acertado al ir mucho más allá de lo que se hubiera pensado, dando conciertos presenciales, pero sobre todo al hacer evolucionar a los ficticios integrantes de la agrupación, otorgándoles así una trayectoria en forma.

Es con este tipo de propuestas que bien se puede relacionar a Marceline de Hora de Aventura, quien a pesar de que en dicha serie no llegó a ser explotada del todo, se convirtió en uno de los personajes más interesantes y carismáticos, incluso por encima de los protagonistas de la misma. Esto debido a su personalidad llena de matices, marcada por la tristeza de la pérdida, el resentimiento que dejan las promesas rotas de su pasado ligado con el Rey Helado e impulsada por un carácter irascible, pero sustentada en un alma honesta y noble, principalmente definida por su amor a tocar el bajo, lo que suele redundar en composiciones agridulces. Se trata de una princesa vampiro de más de mil años convertida en Rockstar, que afortunadamente se aleja de las frívolas interpretaciones de dicho concepto, encarnadas por adolescentes que solo parecen estar interesadas en la moda, presentadas en producciones destinadas al público infantil.

Y es que son muchas las posibilidades que ofrece un personaje con estas características en relación al insólito universo creado por Pedleton Ward, lo cual queda demostrado con los cómics publicados bajo el título de Marceline y las Scream Queens. En éstos, una gira que inicia por distintos territorios es la materia prima para desarrollar divertidos episodios llenos de alusiones a las trampas de la fama y la voracidad de la industria musical, en escenarios plagados de afiches a los que asisten desde criaturas de dulce hasta algunos espectros y similares.

Por otra parte, el que la Dulce Princesa decida darse la oportunidad de salir de su estado de confort y unírsele como una especie de representante, da pie para madurar sin caer en los lugares comunes, lo confuso de algunos de los sentimientos que existen entre ambas chicas. Es tal relación la que tiene continuidad a través de Marceline a la deriva, otro arco argumental que muestra cómo una crisis creativa de nuestra protagonista provoca que termine siendo expulsada fuera del planeta, por lo que su gran amiga, atormentada por el remordimiento, debe dejar el reino para ir en su búsqueda.

Ilustración: Editorial Kamite

Marceline a la deriva se trata de una aventura con reminiscencias a Space Ópera —subgénero que tiene como uno de sus rasgos el romance—, en donde la fantasía enrarecida sirve para reflexionar sobre algunas de las situaciones que suelen acompañar la vida de las estrellas de rock. Por ejemplo, ese estado de vacío emocional que llegan a experimentar luego de la euforia de un concierto y que en algunos casos les lleva sumergirse en la depresión, hasta empujarles al suicidio, aquí es representado con las melancólicas visiones de una Marceline perdida en la soledad del espacio, haciendo conciencia de que quizás nunca más podría llegar a ser escuchada.

Por otro lado, su encuentro con una sociedad para la que el sonido como lo conocemos no es natural, desemboca en una colorida e ingeniosa manifestación de su talento musical. Al mismo tiempo, su ausencia es el pretexto para que un oportunista robe sus posesiones y comience a lucrar con su aparente muerte, detonando al máximo el lado consumista de sus fans, vendiéndoles supuestos recuerdos invaluables y lanzando discos con grabaciones inéditas, lados B, rarezas y… bueno, una estrategia que seguro a todos nos suena muy familiar.

Por si lo anterior fuera poco, otro de los habitantes del reino, en su afán de “acumular” amigos, se convierte en una monstruosa representación de lo que es obsesionarse por conseguir seguidores en las redes sociales. ¡Ah, sí!, por ahí aparecen los buenos de Jake y Finn, este último sumergido en un conflicto de voluntad insípido y por demás olvidable.

Por suerte, esto no afecta en lo más mínimo lo que a final de cuentas sigue siendo un cuento hadas. Al igual que la obra que le da origen, se alimenta de la versión tradicional de los mismos, por lo que nunca subestima al lector y se convierte en un sugestivo pasaje sobre la amistad y la música, que desborda imaginación y nostalgia con sabor a los clásicos del cine de ciencia ficción de los cincuenta, luciendo evocadoras secuencias que encuentran sus mejores momentos en los contrastes con ilustraciones a página completas y de paso nos deja pensando que Marceline bien valdría la pena que diera el salto definitivo a los territorios de las bandas virtuales. No se ve que pueda llegar a suceder, pero en compensación disfrutemos de este par de estupendos títulos publicados en México por Editorial Kamite.

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  • Qué hacer

A partir de la investigación encabezada por James Gordon, sobre el asesinato cometido aparentemente sin sentido por el Acertijo, la cual da pie a inquietantes interrogatorios, violentas pesquisas y sangrientos escapes, entregando de paso cruentas declaraciones que hacen referencia a joyas del mundo de las viñetas como Batman: Killing Joke, las cuales van más allá del simple fanservice, adquiriendo un fatídico peso dramático dentro de la trama; se desarrolla otro más de los acostumbrados y siempre interesantes acercamientos de Tom King a los rasgos patológicos latentes en la mitología de los superhéroes, en este caso la generada alrededor del vigilante de Ciudad Gótica, quien esta vez luce más despiadado, asqueado y enfermo que nunca.

Yendo y viniendo entre su pasado escolar y de violencia familiar que detonó su obsesión por los enigmas que de ser su peor pesadilla pasan a ser su estilo de vida, y su presente de retorcidas y despiadadas manipulaciones que hacen de la coacción un sangriento mecanismo que cobra víctima tras víctima y empuja a sus oponentes a un callejón del que solo hallarán la salida si trastocan de forma irremediable sus principios y abandonan sus escrúpulos, es que aquí son expuestos los orígenes de quien es conocido como el Acertijo.

Los trazos delgados que recorren como grietas las pinceladas granosas de color, sobre viñetas que se desdibujan como los límites entre la razón y la demencia, en secuencias recargadas que se pasman en ilustraciones a página completa para enfatizar el panorama desolado e infeccioso de una urbe sin salvación; son el reflejo ideal creado por el artista Mitch Gerards, para redondear la justa y enfermiza reivindicación de un villano clásico como uno de los enemigos más interesantes, infames y peligrosos del legendario Batman.

Batman One Bad Day: The Riddler es un pasaje relativamente corto pero no por ello menos brutal. Lo publica Panini Comics en elegante edición de pasta dura con un sutil toque de quinta tinta para el título, e incluye una galería de sugestivas portadas alternativas realizadas por gente como Brian Bolland, Jim Lee y Jorge Fornés que terminan por convertirle en un verdadero objeto de colección. 

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