Ilustración del cómic Rocko's Modern life
Ilustración: Cortesía Editorial Planeta

Rockstar Comic: Rocko’s Modern Life; su día de furia y algunas patologías en el cine

Llega a México el cómic Rocko’s Modern Life, a través de Editorial Planeta

Escrito por
Jesús Chavarría
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Si bien el estudio de su naturaleza ha tenido un especial seguimiento a través de las distintas épocas por parte de los especialistas y hay quienes han llegando a ubicar su origen incluso en la era de los dinosaurios, relacionándole con la competencia entre las especies, el estrés pasó a ser considerado como un rasgo distintivo de la sociedad moderna a partir de la década de los noventa.

Fue precisamente en esos años que el ya fallecido director Joel Schumacher entregó una producción titulada Un día de furia, que aunque era un tanto irregular en el tono, se convirtió en el potente reflejo fílmico de una realidad que se convulsionaba entre las complicaciones de la convivencia, la carga laboral y la exigencia de los roles familiares. En ella Michael Douglas interpreta a un ciudadano común que, agobiado por el tráfico y el calor de la Ciudad de Los Ángeles, colapsa para dar rienda suelta a una jornada de violencia que sirve para cuestionar la validez del estilo de vida que nos empeñamos en mantener y justificar. De este filme, destaca la forma en que el protagonista, convertido en una especie de antihéroe, mantiene un semblante impávido y correcto en contraste con sus acciones que resultan desproporcionadas y excesivas con respecto a los hechos inmediatos que las provocan.

Es está disociación de personalidad la que distingue a la extensión impresa de Rocko’s Modern Life, una de las series que hicieron eco de la línea de irreverencia marcada por animaciones emblemáticas de la generación MTV, dígase Ren y Stimpy y Beavis and Butt-Head, que curiosamente se estrenara un año antes de la película arriba mencionada. La diferencia es que en este caso la contraposición se da entre el entorno estridente a más no poder y la personalidad del protagonista: un ualabí enloquecido en el intento de sobrevivir en una urbe habitada por animales antropomorfos, los cuales van de un sapo amargado y una tortuga depresiva e hipocondríaca, a una vaca criada por una manada de lobos, quien la mayor parte del tiempo mantiene una actitud que tiende a la resignación y el desaliento.

La materia prima es ideal para dar pie a un cómic: Rocko’s Modern Life, una serie de aventuras plagadas de ironía u escritas por Ryan Ferrier. Aquí se confunde lo cotidiano con lo insólito y lleva las convenciones laborales hasta el mismísimo infierno —literalmente—, mientras toca temas como las citas por internet y las consecuencias de tener un roomie, y se alimenta de trastornos crónicos como la dependencia, la obsesión y la ansiedad, propios de nuestra época.

Por supuesto, el arte perpetrado por Ian McGinty y Fred C. Stresing, que acompaña esta serie de cómics recopilados en tomos por Editorial Planeta, encuentra en la deformación de las viñetas, el colorido y la gestual exacerbada, la correspondencia total con la fuente original creada por Joe Murray y presentada en su momento bajo el sello Nickelodeon, enriqueciéndose con el el estilo propio de los artistas responsables de algunos episodios cortos que juegan con lo angustiante de situaciones tan simples como la visita al dentista.

Además, la edición incluye geniales portadas alternativas, algunas de ellas realizadas por el mexicano Bachan, quien da rienda suelta a su multitudinaria visión tipo cartoon; otras más de Jorge Monlongo, que deja patente su enorme habilidad para combinar las técnicas tradicionales y las digitales; además de aquellas que firma Miguel Mercado, y que aluden a lo pictórico para conformar una muy peculiar galería de retratos de los personajes.

Así pues, el cómic Rocko’s Modern Life: La vida moderna de Rocko llega para demostrar que la franquicia no solo aún es divertida y ofrece posibilidades creativas, sino que tiene una retorcida vigencia.

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  • Qué hacer

A partir de la investigación encabezada por James Gordon, sobre el asesinato cometido aparentemente sin sentido por el Acertijo, la cual da pie a inquietantes interrogatorios, violentas pesquisas y sangrientos escapes, entregando de paso cruentas declaraciones que hacen referencia a joyas del mundo de las viñetas como Batman: Killing Joke, las cuales van más allá del simple fanservice, adquiriendo un fatídico peso dramático dentro de la trama; se desarrolla otro más de los acostumbrados y siempre interesantes acercamientos de Tom King a los rasgos patológicos latentes en la mitología de los superhéroes, en este caso la generada alrededor del vigilante de Ciudad Gótica, quien esta vez luce más despiadado, asqueado y enfermo que nunca.

Yendo y viniendo entre su pasado escolar y de violencia familiar que detonó su obsesión por los enigmas que de ser su peor pesadilla pasan a ser su estilo de vida, y su presente de retorcidas y despiadadas manipulaciones que hacen de la coacción un sangriento mecanismo que cobra víctima tras víctima y empuja a sus oponentes a un callejón del que solo hallarán la salida si trastocan de forma irremediable sus principios y abandonan sus escrúpulos, es que aquí son expuestos los orígenes de quien es conocido como el Acertijo.

Los trazos delgados que recorren como grietas las pinceladas granosas de color, sobre viñetas que se desdibujan como los límites entre la razón y la demencia, en secuencias recargadas que se pasman en ilustraciones a página completa para enfatizar el panorama desolado e infeccioso de una urbe sin salvación; son el reflejo ideal creado por el artista Mitch Gerards, para redondear la justa y enfermiza reivindicación de un villano clásico como uno de los enemigos más interesantes, infames y peligrosos del legendario Batman.

Batman One Bad Day: The Riddler es un pasaje relativamente corto pero no por ello menos brutal. Lo publica Panini Comics en elegante edición de pasta dura con un sutil toque de quinta tinta para el título, e incluye una galería de sugestivas portadas alternativas realizadas por gente como Brian Bolland, Jim Lee y Jorge Fornés que terminan por convertirle en un verdadero objeto de colección. 

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