Ilustración de spiderman y mary jane de adolescentes
Foto: Cortesía Marvel
Foto: Cortesía Marvel

Rockstar Comic: Spiderman Loves Mary Jane

El dramedy del superhéroe se refleja en este título protagonizado por el alter ego de Peter Parker

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La primera gran revolución dentro del mundo del cómic fue impulsada por Marvel, que en los sesenta llegó para reinterpretar el concepto dominante y que había consolidado DC, el de los superhéroes. Siguiendo la premisa de Stan Lee —quien junto con Jack Kirby y Steve Ditko, se convirtió en uno de los pilares de dicha editorial—, la cual consistía en siempre tener presente que en sus creaciones los superpoderes eran tan importantes como las personas que los portaban, se rompieron moldes al presentar a personajes sumergidos en dramas profundos.

De éstos, algunos formaron familias disfuncionales y no recurrieron a una identidad secreta, Fantastic Four; otros más cargaron con sus habilidades extraordinarias cual si fueran una maldición, Hulk; además por supuesto de quien sería uno de los primeros superhéroes adolescentes que no tenían supervisión adulta, dígase Spiderman.

Esto último, además del peso de la tragedia, la naturaleza de la culpa y la responsabilidad, es lo que definió las aventuras del popular arácnido, siempre sumergidas en la complicaciones de la cotidianidad, lo cual quizás sea de lo poco que hoy conserva la saga protagonizada por Tom Holland, muy divertida y funcional para el universo cinematográfico impulsado por Disney, pero que a diferencia de la sorprendente Spiderman into the Spiderverse, ha optado más por lo convencional. Incluso a pesar del potencial de su carismático protagonista, el cual entiende de maravilla la mezcla de acción y comedia dentro de una trama con enfoque juvenil, otro de los rasgos característicos del “Amigable Vecino” de Nueva York. Ya veremos si con las siguientes entregas para la pantalla grande, dichas posibilidades son realmente explotadas. 

En ese mismo sentido existen propuestas dentro del mundo de las viñetas que sin diluir la esencia de la fuente original, ofrecen llamativos acercamientos. Uno de ellos es Spiderman Loves Mary Jane, la cual retoma el lado romántico que siempre mantenía su ya mencionado creador, en las andanzas del “trepamuros”. Publicado a principios de este siglo, cuando los más puristas de entre los fans occidentales del anime, y el manga aún alimentaban una especie de competencia con respecto al gusto por los cómics, este título supo utilizar los lineamientos de dos de las clasificaciones del mismo, en los que por cierto encaja a la perfección la pareja protagonista, para explorar aspectos poco usuales sus personalidades.

De tal modo, aquí el acostumbrado énfasis que pone el Shonen y el Shōjo, en el humor, los enamoramientos  y el afán competitivo dentro de la dinámica escolar, sirve para echar un vistazo a lo que hay detrás del ostracismo y tendencia depresiva de Peter Parker, y el carisma y fortaleza de una imprudente Mary Jane. Actitudes que les volvieron complementarios desde la primera vez que ella apareciera en agosto de 1964, redundando en el más popular de los romances del mundo de las viñetas, tras lo que fuera la muerte de Gwen Stacy, quien por cierto aquí también aparece para darle un giro a aquel triángulo amoroso que se formara cuando todo comenzó.

Son esos primeros años en los que aquí se enfoca la trama que entre clases, charlas de cafetería y bailes, expone lo agridulce de las relaciones adolescentes, teniendo algunas breves apariciones de supervillanos y del buen Spidey, quien es más una referencia, a veces convertido en la obsesión de la protagonista.

Spiderman Loves Mary Jane además cuenta con la frescura que ofrece la combinación de los trazos ligeros de Takashi Miyazawa, con la encantadora sencillez de los colores simples que ofrece Christina Strain,  dando como resultado una propuesta cálida  y divertida con la que es muy fácil engancharse.

Lee más de Rockstar Comic, la columna de Jesús Chavarría

  • Qué hacer

A partir de la investigación encabezada por James Gordon, sobre el asesinato cometido aparentemente sin sentido por el Acertijo, la cual da pie a inquietantes interrogatorios, violentas pesquisas y sangrientos escapes, entregando de paso cruentas declaraciones que hacen referencia a joyas del mundo de las viñetas como Batman: Killing Joke, las cuales van más allá del simple fanservice, adquiriendo un fatídico peso dramático dentro de la trama; se desarrolla otro más de los acostumbrados y siempre interesantes acercamientos de Tom King a los rasgos patológicos latentes en la mitología de los superhéroes, en este caso la generada alrededor del vigilante de Ciudad Gótica, quien esta vez luce más despiadado, asqueado y enfermo que nunca.

Yendo y viniendo entre su pasado escolar y de violencia familiar que detonó su obsesión por los enigmas que de ser su peor pesadilla pasan a ser su estilo de vida, y su presente de retorcidas y despiadadas manipulaciones que hacen de la coacción un sangriento mecanismo que cobra víctima tras víctima y empuja a sus oponentes a un callejón del que solo hallarán la salida si trastocan de forma irremediable sus principios y abandonan sus escrúpulos, es que aquí son expuestos los orígenes de quien es conocido como el Acertijo.

Los trazos delgados que recorren como grietas las pinceladas granosas de color, sobre viñetas que se desdibujan como los límites entre la razón y la demencia, en secuencias recargadas que se pasman en ilustraciones a página completa para enfatizar el panorama desolado e infeccioso de una urbe sin salvación; son el reflejo ideal creado por el artista Mitch Gerards, para redondear la justa y enfermiza reivindicación de un villano clásico como uno de los enemigos más interesantes, infames y peligrosos del legendario Batman.

Batman One Bad Day: The Riddler es un pasaje relativamente corto pero no por ello menos brutal. Lo publica Panini Comics en elegante edición de pasta dura con un sutil toque de quinta tinta para el título, e incluye una galería de sugestivas portadas alternativas realizadas por gente como Brian Bolland, Jim Lee y Jorge Fornés que terminan por convertirle en un verdadero objeto de colección. 

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