Si bien para alcanzar el éxito, la serie Riverdale apostó por los lineamientos de fórmula correspondientes al drama juvenil y el suspenso con aire a telenovela, conservando únicamente los nombres del cómic que toma como base, al menos eso sirvió para que este terminara de consolidar una necesaria reinvención, la cual ya venía empujando desde unos años antes y que no terminaba de llevar hasta sus últimas consecuencias.
Aunque estos misteriosos guerreros, antítesis de los legendarios Samurai, tuvieron presencia desde la época del cine mudo, fue hasta los años ochenta que se convirtieron en iconos de la cultura pop. Películas como The Octagon (1980) y Revenge of the Ninja (1983), protagonizadas respectivamente por el mismísimo Chuck Norris y Sho Kosugi, encabezaron una oleada de producciones, que por supuesto incluyó títulos nacionales —El ninja mexicano (1991), con Leonardo Daniel— a través de la cual, aprovechando además el boom del entretenimiento casero impulsado por la llegada de las videocaseteras, se consolidó la figura del ninja en todos los medios.
En ese entonces que también surgió la que quizás sea una de sus representaciones más insólitas, Teenage Mutant Ninja Mutantes (Tortugas ninja, pa’ los cuates). Sin embargo, pese a que su versión más popular es la de las series animadas, ligera, simpática y muy llamativa, su origen fue muy diferente.
Surgidas dentro de las páginas de un cómic, Tortugas ninja adolescentes mutantes era una sátira de Sin City del célebre Frank Miller, así que deambulaban por el mercado más bien alternativo, protagonizando historias adultas, ácidas, violentas y en blanco y negro. Algo de lo que muy poco o nada se ha retomado para sus diversas extensiones, que suelen presentar acercamientos digeribles y descafeinados, pensando en conquistar al gran público.
Afortunadamente eso no sucede con La caída de la ciudad, saga en donde logran conjugar ambos enfoques principalmente a través de la propuesta visual, que sobre una base estilizada y colorida, con un armado de viñetas dinámico y por momentos espectacular; en contraste ofrece sugestivas secuencias con diferentes estilos y mucho sentido dramático. Entre ellas podemos encontrar secuencias a veces difuminadas y de trazos suaves, otras recargadas y opresivas, algunas más sucias y retorcidos, incluso con deformaciones que apuntan al género de horror, que sirven para reflejar pasajes de enseñanza o procesos internos, siempre pensadas para llegar en el momento justo de empujar la narración.
Todo lo anterior al servicio de una trama elaborada por uno de los creadores de estos peculiares héroes, Kevin Eastman, cuya estructura y desarrollo se pone por encima de los recientes live-action que les llevaron de regreso a la pantalla grande —lo cual en realidad no era muy difícil de conseguir—. De esta forma, le dio vuelta a uno de sus clásicos puntos de partida, ese que involucra la separación de un de los miembros del equipo para sacar mayor provecho de los rasgos que definen a los personajes —tales como el carácter irascible de Rafael o el accionar calculador de Leonardo—, y ponerlos a prueba dentro de una batalla entre fracciones criminales. Esto al más puro estilo de las películas arriba mencionados, priorizando el lucimiento de los recursos artemarcialistas y haciendo de la gran urbe otro de los protagonistas, tal y como sucede en la obra de Miller que les da origen, y que como sabemos se alimenta de la naturaleza del cine negro.
Traída a Mexico por Editorial Kamite, en dos tomos recopilatorios que tienen como extras las portadas alternativas, La caída de la ciudad debe ser considerada como una de las mejores aventuras de estas Tortugas adolescentes, que siguen siendo dignas representantes de aquel boom que vivieran dentro del entretenimiento los letales y enigmáticos Ninja.