“Con Lalo! quise rehacer lo que era Maximo Bistrot en un inicio”, cuenta el chef Eduardo García sobre su nuevo restaurante. Tras haber trabajado en Pujol, liderar Maximo Bistrot, asociarse con Rokai, y crear los menús de De Mar a Mar, Cine Tonalá y Puebla 109, una de las mentes más prodigiosas de la cocina mexicana actual estrena un comedor enfocado en desayunos y comidas. Su ubicación, casi cruzando la calle de Maximo, es presagio de que algo bueno deparan las cacerolas. Una mesa larga para aproximadamente 30 personas propicia la convivencia, la música pop y un mural colorido de caricaturas hechas por el artista belga de grafiti Bué The Warrior crean una atmósfera alegre y relajada que combina con los precios accesibles del lugar. En desayunos, hay desde un pan francés gordito con frutos rojos y crema, hasta cerdo en salsa verde, pasando por una gallete de salmón espectacular o unos huevos con lardo, gruyere y cebollín perfectamente esponjosos que refrescan al paladar con algunas hojas de lechuga. De tomar hay mimosas, un café ideal para cappuccinos, tés y licuados (nuestro favorito fue el verde, con nopal). El servicio es muy rápido. Seguramente verás la canasta de los panes dulces de la casa rondar varias veces la mesa. No dudes en pedir uno. En comidas, el menú salpica el paladar con platillos como ensaladas con ingredientes de Xochimilco, pizzas y pastas. Estas últimas fueron nuestras favoritas. Recomendamos abrir con las flores de calabaza rellenas de queso comté c
Érase una vez un restaurante con una panadería cuyo pan era tan bueno que toda la gente lo comía. Ovaciones lo llevaron a abrir un estrechito local en la Roma, rústico y sofisticado a la vez. Su luz dulce y el alegre jazz en el aire reflejaban el sabor candoroso de sus panes. Pero no era suficiente tener los mejores pains au chocolat de la ciudad; no eran suficientes sus roles de ricotta ni sus delirantes berenjenas a la parmesana. Tampoco sus decentes precios o uno de los mejores americanos de la zona. Hacía falta espacio. Nada puede dar más gusto que algo de calidad llegue a más lugares. Abrir otra panadería ya parecía inevitable. Fue así que la chef Elena Reygadas, una de las mujeres más aplaudidas en la gastronomía de la ciudad, abrió otro espacio en la Juárez, a unos minutos de sus otros locales. La nueva Panadería Rosetta es muy atractiva. Pisos blanquinegros, candelabros oxidados, barras con asientos de cuero negro. Techos altos y paredes que entremezclan unos supuestos frescos deslavados con otras de grandes ladrillos expuestos. El centro de la panadería son unas vitrinas que seducen a cualquiera, con panes mostrándose en todo su esplendor. El antojo es la mejor brújula aquí, pues no hay nada que sea malo. Además de la barra, también hay una terraza de piso de piedritas con mesas metálicas y un segundo piso más íntimo. Lo único que le cambiaría sería la música de éxitos recientes de pop por el jazz que ponen en la de la Roma. Ofrecen café, un muy buen americano, y
En su reinterpretación de la comida mexicana, el multipremiado chef Enrique Olvera decidió no dejar fuera al tepache, por lo que la bebida se nutre de la cocina de autor, en medio de platillos estilizados y un mobiliario minimalista de barrio. Aquí el sabor del tepache es mucho menos dulce –tiene esa acidez que puede llevar a alguien a hacer muecas– y más frutal que el de una tepachería, pero empata perfectamente con un emparedado de roast beef o una torta de carnitas de atún. La presentación hipernacional de la bebida alcanza hasta su contenedor: una olla de barro o un vitrolero del que se despacha con cucharón, como si fuera puesto de aguas frescas. En este lugar la mejor característica del tepache está fuera de él mismo. A diferencia de las tepacherías, donde las opciones para maridar son limitadas, aquí es posible experimentar con una ensalada de quintoniles y queso de cabra, o con unos esquites para picar con una charla desenfadada. Aunque la idea de beber tepache en Polanco podría causar extrañeza a los amantes de lo clásico, el lugar demuestra que el gusto por el fermentado de piña prevalece sin importar mucho el contexto.
Una lonchería en la que predominan adornos, mesas, lámparas y utensilios con ese recubrimiento cerámico que antes era considerado de uso exclusivo de las clases populares y que le da nombre: peltre. El lugar es pequeño, unas seis mesas dentro y otras cuatro en la banqueta. Completan el cuadro unas hermosas sillas de madera que desentonan con los bancos grises que tienen a la entrada, y que posiblemente incorporaron al final para aprovechar hasta el último espacio para que ningún comensal se quedara de pie (o se fuera a otro lugar). El autor de este bien logrado diseño de interiores es Ariel Rojo, a quien seguro ubicas por esas bicis coloridas, a las que puedes encadenar tu bicicleta, que ahora están por todos lados. A la entrada encontrarás la carta, creada por Daniel Ovadía, chef que tiene en Paxia su restaurante insignia. Ofrecen desayunos (huevos y chilaquiles), tortas, chapatas y jugos, todo con un toque que buscar ser un diferenciador. Tú mismo ordenas en la caja y en ese momento tienes que decidir si incluyes la propina. Luego, basta encontrar un lugar disponible y esperar tu orden. “Entonces, ¿por qué di propina?”, me pregunto mientras mi vista se pierde en el librero que exhibe artículos diseñados por Ariel, y bolsas de café y sal de mesa. Los precios me hacen desistir. Por fin llega hasta la mesa mi pedido: una crema de elote, una chapata, una torta y una orden de quesadillas. No me critiquen, estoy en la etapa de desarrollo. De acuerdo con la carta, la sopa es
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