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Un café después de subir a la cúpula de lo que sería el palacio legislativo no es mala idea.
Sólo así uno se da cuenta, cuando es la primera visita, que el Café Adelita puede convertirse en un hábito secreto: nunca está a tope, tiene un tinte de lugar secreto y la locación es, por sí misma, inmejorable.
Además, el diseño contemporáneo hace que uno se olvide de que está dentro de "algo serio", por decirlo de alguna forma.
El panquecito de elote es esponjoso y húmedo como debe ser. El servicio es rápido y eficiente. Hay lattes y tamales.