Cocinas de Polanco

Casa Domit abre sus puertas y ventanas una vez más para convertirse en un proyecto gastronómico prometedor: Lincoln, Novecento y Mar del Zur

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  • Polanco
  • precio 3 de 4
  • 4 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
Lincoln
Lincoln

Ícono de Polanco, la Casa Domit abrió sus puertas (ventanas y terrazas) de nuevo este año para dar vida a un triple proyecto gastronómico. La fachada, con trabajos elaborados en cantera tallada y herrería, sorprende al ojo no entrenado en los movimientos neobarroco y rococó. En el interior, una escalera de doble rampa es la ruta de acceso a Lincoln, restaurante que ocupa la parte superior y que toma su nombre del parque de enfrente de la casona. Arriba, los tonos turquesa de los sillones y del piso, automáticamente se adueñan de tu filtro visual. Un enorme vitral de colores decora la parte posterior del bar, donde se encuentra un par de mesas para dos personas con sillas vintage que invitan a pedir un whisky y filmar una escena de Mad Men. Destaca la distribución funcional de las mesas y la pequeña terraza para fumadores con vista al parque. La sensación es más bien de un espacio redondo, cómodo y elegante. Fran López Abad es el cocinero –como él se hace llamar– y el encargado del menú, que sin ser extenso refleja en buena medida el distintivo de Lincoln: productos de temporada. Los platillos son internacionales con énfasis en lo español y lo mexicano. Hay dos sopas, de lima o de cebolla. Para la entrada puedes elegir entre croquetas de jamón ibérico, tortilla española con queso gorgonzola o un exclusivo jabugo de 36 meses de maduración. El segundo tiempo se divide en pastas y arroces, y carnes y pescados. La variedad merece una lectura detallada. El arroz con butifarra, que

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  • 3 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
Mar del Zur
Mar del Zur

El nuevo trío de restaurantes que habita la Casa Domit frente al parque Lincoln, en Polanco, ha aumentado su popularidad semana con semana. Desde la calle se ven siempre ocupadas la mayoría de las mesas de las grandes terrazas, ya sea martes en la tarde o sábado en la noche. Entre ellos, el exótico Mar del Zur ocupa el ala izquierda de la casona. Lo primero al llegar siempre son las bebidas. La mejor opción es pedir la bebida especial Domit, con limón, toronja, hielos y vodka. Hablando de las entradas, no pierdan del pan calientito relleno de queso. Una combinación de México y Tailandia es la intención para la experiencia en este lugar. Sin embargo, esa sensación no resalta en cada bocado (mientras se escucha completo el disco Lisztomania, de Phoenix), ya sea del carpaccio de pulpo, los camarones sol y sombra o en especial de la pasta mexthai, con base en tomate y queso de cabra.  Aunque los meseros recomiendan –para todos los tiempos– la opción más cara del menú, hay platillos con pollo, mariscos, pescado o carne, las porciones son pequeñas y las guarniciones todavía más. La calidad de los alimentos es notable, pero los sabores tienden a ser suaves y a terminar pronto en el paladar. Una gran sorpresa es el caldo de coco, ligeramente agridulce y con aspecto de leche light, es perfecto para probar algo poco común. El gran acierto es que el espacio está aprovechado de tal forma que se ve todo el lugar desde cualquier mesa, el exterior neobarroco de la casa, la extensión de la t

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Novecento
Novecento

La nostalgia como ingrediente comestible. Y no hablamos de la que nos remite a un homo sapiens del 10,000 a.C. zampándose un kilo de mamut, sino de la atmósfera. Como aquel Novecento que abriera en el Soho neoyorquino en 1991, este local transmite el ambiente de ese lugar primigenio. Uno en el que la media luz, la madera, el mármol y la piel riman con espejos esmerilados y la decoración con fotografías y periódicos vintage de El Gráfico argentino. Para acceder al comedor, debemos atravesar una barra con un candil enorme que da luz a las botellas y a una zona para quien prefiera una copa en un espacio más íntimo.  La cocina está a la vista de la terraza principal, coronada por una barra para literalmente ‘crudear’, con riesgo de reincidencia, con el menú ‘raw’ anotado sobre pizarrones. La carta de vinos dispone de una selección meditada de las regiones argentinas de Salta, Patagonia, Mendoza y San Juan. Un Graffigna cabernet es el elegido para el viaje. Brújula atinada.  Los entrantes de mar y tierra ofrecen tostadas de ceviche y atún, tacos de pato y carpaccio de rib-eye. Por su parte, el menú del raw bar se muestra suculento: ostiones, king crab, pata de mula y almeja chocolata se acompañan con salsas de la casa a elegir. También hay cuatro variedades de tiraditos. El de pescado con ajis amarillos y leche de tigre opta por acompañarse de tortas de plátano (¿quién dijo que las tostadas son necesarias?), cuya consistencia seca logra un contraste ideal con lo jugoso del tiradit

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