Es tiempo de compartir una noticia: la sofisticación y el hype culinario se localiza en los espacios pequeños. El lugar aún con el espacio reducido llama de inmediato la atención al ser poseedor de una decoración que podría ser portada de cualquier libro de la editorial Taschen. Es decir, lo más cool. A la entrada, unas sillas hechas con madera y paja posicionadas sobre la banqueta con una pequeña mesa, ideal para echar un trago y ver a la gente pasar. Adentro, unas cuantas mesas, cinco a lo mucho atendidas por un solo mesero elegantemente vestido y atento a las necesidades de sus clientes. La carta es de pocos platillos (sí, el Oscar Wilde parte de la reducción como principal premisa). No obstante, el tipo de comida no queda a la reducción de una sola bandera, hay desde quesadillas de flor de calabaza y huachinango hasta ravioles y risotto, todo con la promesa de ser absolutamente exquisito desde su presentación.
Ese día comencé por pedir una limonada, he de aceptar con toda franqueza que nunca antes un restaurante me había ofrecido agua de limón en una presentación tan simple y estética: dentro de una botella de vidrio de cuello largo decorado con unas cuantas hojas de menta. De entrada obtuve la promesa de que se me traería una ensalada de arúgula con higos y queso parmesano que, sin mi consulta, fue reemplazada por una de endivias y queso azul de la que no me quejo pero tampoco aplaudo. Como plato principal opté por el risotto de alcachofa: estupendo, sin demasiada mantequilla o cebolla pero jamás cayendo en lo insípido. Las porciones, al igual que el lugar, cuidan su tamaño y para no caer en el “porciones para gordos” sino se presentan en cantidad moderada para poder disfrutar de más de un platillo.