En ocasiones una palabra parece decir más que varias imágenes. El nombre sugiere comida francesa, pero no tardamos en notar que se trata de algo más.
Bajo el lema “el auténtico sabor europeo”, este restaurante de pocas pretensiones estéticas (óleos a la venta con motivos de flores y bicicletas y un mobiliario intrascendente), ofrece un menú desconcertante. En las entradas hallamos lo mismo tortilla española que salchicha Frankfurt u ostiones ahumados rasurados.
Elegimos champarís, un neologismo que consta de tres champiñones medianos en cuyo centro reposan jamón serrano y perejil asado. Aunque el olor advierte un sabor digno, una pequeña porción quemada de la hierba contamina el paladar, además de que el jamón se percibe demasiado cocido.
La carta es abundante en sándwiches que se ofrecen con pan kaiser e integral, o con pan pumpernickel (de cereales integrales) y de centeno. De salami, jamón de pavo, queso gruyère, salchicha y corned beef son algunas de las propuestas de emparedados.
Algunos de los platillos del menú de especialidades no son europeas, como la hamburguesa americana o el pollo kara age estilo japonés. Preferimos elegir sin riesgos, el clásico en París 16: la milanesa de ternera. La carne, de tamaño más que generoso, bien empanizada y dorada a la perfección, es acompañada de un puré de papá algo excedido de mantequilla y un poco de espinacas con crema.
Pronto entendemos que el milagro de una salsa no sólo se manifiesta en una taquería.
Lo que vuelve memorizable –más no memorable– a la milanesa es la salsa verde de la casa: chiles serranos, aceite de olivo y limón con un nivel de picante que dejará satisfechos a los oficinistas y turistas incautos por igual.
¿Volver por un sándwich?, Sólo los misterios del hambre y la geografía pueden resolver esa pregunta.