Tienen una fachada iluminada que no pasa desapercibida, una terraza amplia con su muro verde (falso) y una considerable cantidad de pantallas para que, te sientes donde te sientes, puedas ver la tele. Con eso Selinna se delata:es mejor lugar para botanear, beber y juntarte a ver futbol, que para ir a comer de manera sofisticada.
Empecé por pedir uno de los cocteles de casa; llegó el reina citrus con rodajas y cáscaras de toronja, limón, naranja y guayaba, flotando en una mezcla que se suponía tenía miel, licor de naranja, hierbabuena y mezcal. El resultado fue un trago con poca personalidad y sabores diluidos.
Llegaron a la mesa unos tuétanos bañados en un aromático jugo de carne que le da jiribilla a los huesos rostizados que pululan por toda la ciudad. 2-1 favor aburrimiento, era el marcador, así queel resultado lo decidiría el aguachile verde: un molcajete con grandes trozos de mango y pepino y unos camarones colgantes, que sin mucho que ofrecer, tampoco estaban mal y me dieron esperanza. El desempate lo consiguió el atún con ajonjolí y puré de camote, un plato cumplidor que me acabó de convencer: Selinna tiene onda, pero aún está chava.
Al final es un lugar para cotorrear, un espacio para relajarse y al que vale la pena volver. Si eres como yo (optimista), apreciarás el estupendo servicio del equipo.