Gabriel Figueroa
Foto: Alejandra Carbajal

Entrevista con Gabriel Figueroa

Platicamos con el director de Nuevas directrices para los tiempos de paz

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Un inmigrante polaco llega al Brasil de los años cuarenta, en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El supuesto agricultor no imagina que lo que piensa como un paradisíaco refugio latinoamericano, no está muy lejos de la opresión y la violencia que habita en tierras europeas. Julien Le Gargasson y José Antonio Falconi, impulsor y traductor del proyecto, protagonizan el que está considerado uno de los mejores textos de la dramaturgia latinoamericana del nuevo siglo. Los dirige Gabriel Figueroa Pacheco, quien enfrenta el reto de un teatro de cámara que prescinde de los recursos tecnológicos y espectaculares de los que anteriormente había echado mano.

Este no es un proyecto propiamente tuyo. Fue propuesto por José Antonio Falconi, uno de los actores, ¿cómo abordar una obra desde el deseo de alguien más?

Sí es un proyecto mío, porque lo hice mío. A diferencia de cuando uno trabaja por encargo, en este caso la propuesta de Falconi coincidió con lo que en ese momento me inquietaba, que era el sentido del teatro: si el mundo y mi vida se están yendo al carajo, qué sentido tiene entonces hacer teatro. Descubrir este texto me permitió ponerle nombre a lo que me pasaba. Por eso sigo al tanto de esta obra, tratando de mejorarla, pues ni los actores ni yo somos los mismos que hace seis meses (cuando la estrenamos) y el problema que entonces queríamos plantear en escena, se redimensiona. Eso es lo verdaderamente sabroso.

Al ser, director y actor teatral, ¿es más sencillo el hablar sobre el teatro mismo, o es más complejo?
Lo complejiza. Más que la importancia del teatro, el tema de la obra es la importancia de no perder la humanidad, de saber qué nos distingue de las otras especies y de reconocer lo complejo de la humanidad misma: somos una mierda como seres humanos, pero también, aun en las circunstancias más tremendas, se asoma la esencia más noble del ser humano. El autor, Bosco Brasil, toma el teatro como herramienta para develar esa humanidad, esa parte luminosa del ser humano que lo salva de las atrocidades que él mismo comete, pero en realidad está aludiendo al arte: el arte como expresión, como ejercicio, búsqueda y fin de aquello que nos mantiene alejados de la barbarie.

Eres un director que ha incursionado en proyectos con muchos recursos escénicos, ¿cómo te enfrentas a dirigir a dos actores que están todo el tiempo en escena, con apoyos mínimos de escenografía e iluminación?

Nunca había hecho esto, trabajar con dos actores y que toda la tensión esté en ellos. Hay una propuesta lumínica, un diseño sonoro, pero son mínimos. Estoy fascinado, es algo que no me había atrevido a hacer por miedoso. Un proyección de video o una computadora la dominas, basta que conozcas un poco y que no te falle la luz o la programación. Pero un actor no, siempre es distinto. Me había tardado en asumir el reto de emigrar al más importante de los recursos del teatro, que son los actores. Y eso siempre genera vértigo, porque uno no ve más que a un simple humano que quiere contar una historia. Eso da miedo.

Teatro Orientación. Del 23 de enero al 16 de febrero. $150.

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